Bolsonaro contra las cuerdas

El presidente de Brasil ha dejado vacío el liderazgo ante el coronavirus.

En agosto, tras los incendios en el Amazonas, la prensa europea lo bautizó «el hombre más peligroso del mundo». Jair Bolsonaro al menos puede lidiar con el peso de las palabras. Siete meses después, el presidente de Brasil ha revalidado el título.

Brasil, el país más grande de América Latina y el más afectado hasta el momento por el coronavirus, se enfrenta a un inminente colapso de su sistema de salud en semanas, según la información de sus autoridades sanitarias. Cientos de miles de vidas (algunos informes hablan de más de un millón) están en juego. La ausencia de liderazgo por parte del presidente ha sido tan categórica que la crisis política e institucional, que ya vivía el país, se ha desatado.

No se trata únicamente de que Bolsonaro no tenga una estrategia nacional para hacer frente a la pandemia; hoy es el principal obstáculo para que otros actores puedan lidiar con la crisis. Mientras el ministro de salud, el vicepresidente, los gobernadores federales y hasta los grupos criminales de las favelas piden a los brasileños aislarse, Bolsonaro promueve una campaña con el lema «Brasil no puede parar», solicita en cadena nacional que los ciudadanos «vuelvan a la normalidad» y declara ante la prensa que «el brasileño no se contagia» de coronavirus porque «bucea en alcantarillas y no le pasa nada».

Tras superar el centenar de muertos, la tendencia puede explotar en las próximas semanas, convirtiendo al coronavirus en la mayor crisis de salud pública en la historia del país.

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En Brasilia los ánimos están caldeados. Casi la totalidad de los gobernadores han salido a cruzar públicamente a Bolsonaro, que ha recogido el guante. Estos han comenzado a coordinar medidas sin la presencia del presidente. En el nordeste, los gobernadores le piden ayuda a la embajada china sin pasar por el Ejecutivo.

La insurrección ha dañado a la base política del bolsonarismo. Carlos Moises, gobernador de Santa Catarina, donde Bolsonaro obtuvo el 80% de los votos en la segunda vuelta electoral, y especialmente Ronaldo Caiado, de Goiás, ambos aliados del presidente, se han alejado. Más nocivo ha sido el cruce con los gobernadores de Río de Janeiro y San Pablo, Wilson Witzel y Joao Doria, quienes supieron coquetear con el bolsonarismo.

Para un presidente sin partido político, en estado de orfandad parlamentaria, las alarmas ya deberían tener los vidrios rotos. Rodrigo Maia y Davi Alcolumbre, presidentes de la cámara de Diputados y el Senado respectivamente, también han cuestionado la falta de respuesta del presidente. Bolsonaro ya tenía ese frente abierto después de difundir personalmente la convocatoria a una marcha contra el Congreso.

Ha habido al menos siete pedidos de juicio político en estas semanas, que por ahora Rodrigo Maia, quien tiene la llave para la destitución, ha denegado. Todos saben que Maia está jugando sus propias cartas y utiliza los pedidos para ganar ventaja política sobre el presidente. El fantasma de Eduardo Cunha, el ex titular de la cámara que traicionó en 2016 a Dilma Rousseff para iniciar el proceso de destitución, todavía sigue presente en los pasillos de Brasilia.

En las últimos días las reuniones entre las Fuerzas Armadas y Hamilton Mourao, el vicepresidente, se han intensificado. Los rumores de destitución ya salpican algunas páginas de los principales diarios del país, aunque por ahora no tiene una hoja de ruta a la vista. En cualquier escenario normal, sin embargo, los elementos que rodean la escena política ya deberían ser suficientes para imprimirle la etiqueta de posibilidad a una maniobra semejante. Pero no, no es un escenario normal: un colapso del sistema de salud provocado ante una pandemia global está a la vuelta de la esquina. Es un escenario peor.

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.