Boca se quedó sin balotaje

Otra vez River. Eliminado por "Napoleón" Gallardo. El proyecto macrista afronta elecciones en diciembre.

La Bombonera es un «sí se puede» colectivo. Pero en jerga futbolera, claro. «¡Los vamos a matar/ los vamos a matar/ no va a quedar una gallina viva/ En la Boca va a haber un cementerio de gallinas», amenaza La 12. Mientras, cinco empleados tienen que volver al campo al mejor estilo «Cazafantasmas» porque el césped sigue lleno de papel picado y el partido así no puede comenzar. «¡A estos putos le tenemos que ganar/ A estos putos le tenemos que ganar!», sigue el «sí se puede» futbolero de La 12, confiada en revertir el 0-2 de la semifinal de ida en el Monumental. Le traduzco las canciones a Jonathan Wilson, uno de los mejores periodistas de fútbol del mundo, enviado al Superclásico por The Guardian, el diario inglés que, años atrás, afirmó que una de las principales cosas que uno debía hacer antes de morir era ver un Boca-River en la Bombonera. Lo creen el hincha japonés que abandona su trabajo para llegar al estadio. Y el ecuatoriano que paga por su entrada popular hasta treinta veces más. Y lo cree, ante todo, el pueblo boquense. La Libertadores es su «obsesión». También es la «obsesión» de River, que en estos años juega mejor.

En la cancha, sigue el insólito retraso por los papelitos. Dos empleados los levantan inclusive de a uno en uno, con la mano. Podrían estar así hasta el 2020. No es la mejor imagen del Boca siglo 21. El árbitro brasileño Wilton Sampaio decide comenzar igual. Van catorce minutos de retraso y en Europa, donde la Conmebol quiere vender la Libertadores como si fuera la Champions, ya son las dos menos cuarto de la mañana. «¿Pero qué son catorce minutos de retraso» comparado con lo que sucedió en la final de 2018?, ironiza Wilson en The Guardian. La ida aplazada 24 horas por la lluvia y la vuelta cancelada en el Monumental por la agresión al autobús de Boca y trasladada un mes después a Madrid. Catorce minutos de espera no es nada y, además, dice Wilson, «este Superclásico se juega al menos en el continente correcto». El autobús de River, vigilado por motos, drones y helicópteros, arriba sin problemas a la Bombonera. Primer operativo cumplido. Hasta podríamos ofrecerle a España mudar a la Boca el clásico Barcelona-Real Madrid, aplazado por la violencia callejera de los catalanes independentistas.

El partido por fin comienza y Boca atropella. Ataca como nunca antes en la gestión de Gustavo Alfaro. El DT siempre jugó más a la defensiva. El ejemplo más extremo fue en la semifinal de ida, cuando Boca casi no cruzó mitad de cancha. La prioridad histórica de Alfaro fue siempre el «orden defensivo». Lo hizo en equipos chicos como Arsenal y lo hace en un grande como Boca. Rehizo a un equipo que había sido noqueado en Madrid. Ganó el ochenta por ciento de los puntos. Y lidera la Superliga, pero con apenas diez goles en diez partidos. Y dos meses sin siquiera hacer dos goles en la Bombonera. La semifinal del Monumental, las Paso de Boca, obligaron a cambiar todo para la vuelta. A olvidar el ajuste y hacer lo que nunca hizo. Sale a la cancha con apenas un volante de contención (Gustavo Marcone). Hay que «ganar como sea», como reclamó por Fox Raúl Cascini, jugador de peso en los tiempos más felices de Carlos Bianchi. El Boca que lideraba Juan Román Riquelme. Todavía influyente, como lo demuestran los «Román» de las camisetas de miles de hinchas el martes por la noche en la Bombonera. El Boca de Alfaro ataca como nunca y elabora como siempre (mal). Y se aferra a Carlos Tevez. Cada vez que toca la pelota, el relator de Radio Mitre dice «el Rey». Pero el Apache, hoy documental de Netflix, paseo por China y negocios en Parques Eólicos, está lejos del pibe que debutó dieciocho años atrás. Es un símbolo. Ya no más un as de espadas.

Todo se hace cuesta arriba cuando uno parece estrellado. Días atrás, el presidente Mauricio Macri (escribo de madrugada, su vice Miguel Angel Pichetto nos recuerda en el spot de la TV que Macri precisó tiempo para triunfar con Boca), eligió a una anciana entre la muchedumbre para demostrar que los jubilados, a diferencia de lo que afirmó su rival, Alberto Fernández, sí tienen teléfono celular. Seguramente la gran mayoría de los jubilados que estaban en ese acto lo tenían. Pero no justamente la señora que eligió Macri. En cambio, todo sopla a favor cuando uno atraviesa tiempos de estrella. Al DT Marcelo Gallardo le rompieron el auto en la previa de la final de la Libertadores de 2018 y le desapareció la carpeta que tenía todos sus esquemas para el duelo de la Bombonera. Horas después, los encontró, tirados en la calle, un recolector de basura. Fana de River. Al día siguiente, se los devolvió impecables al Muñeco. Gallardo, estratega y líder indiscutido de un plantel de estrellas y egos siempre disciplinados, es la piedra del Boca moderno. Ganador de diez de catorce finales. El presidente Daniel Angelici renovó equipos, compró estrellas, respaldó y cambió técnicos, varió estilos, ganó Ligas locales y ordenó las finanzas. Vendió muy bien y compró lo que pidió el marketing. Insuficiente para construir un equipo. Y, a la hora de la Libertadores, el becerro de oro, chocó siempre contra Gallardo. Alfaro pareció iniciar la despedida. «Quiero recuperar mi vida», dijo tras la derrota. Pero tal vez Boca no precisa un nuevo DT. Necesita que Gallardo se vaya de River de una vez por todas. Napoleón elimina a Boca hasta jugando mal.

River sale a la Bombonera acaso confiado por su ventaja del Monumental. Pierde claramente el último debate. Boca, enjundioso como nunca, es ganador legítimo. Pero no le alcanza para el balotaje. Para ir al menos a los penales. Además, el Superclásico de la Bombonera, hay que decirlo, es un bodrio. Difícil jugar fútbol en medio de 48 foules, 8 tarjetas amarillas y 308 pelotas perdidas. Puros pelotazos a dividir. Tampoco sirve el gol tardío de Jan Hurtado, un pibe de 19 años, que ingresa al final, igual que Mauro Zárate, fichaje estrella como el del italiano Daniele De Rossi, que ni siquiera sale del banco. Un globo que se desinfló rápido. Los hinchas de Boca despiden con aplausos el esfuerzo de sus jugadores. Despotrican contra la Conmebol que favorece a «RiBer» o «RiVAR», como llaman burlonamente al equipo de «Gallanto». No hay afortunadamente un Panadero que, como en 2015, apele desesperado al recurso estúpido del gas pimienta. Apenas advierto a la salida un incidente en la avenida Patricios, esquina Tomás Liberti, nombre que se debe al masón genovés que en 1884 lideró la creación de los Bomberos Voluntarios de la Boca. Es el tío de Antonio Vespucio Liberti, nombre del Monumental, recuerdo de cuando Boca y River convivían en un mismo barrio, tiempos que abrían la historia y no tenían histeria. No había memes.

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Los hinchas de la Bombonera sí insultan al presidente Angelici cuya agrupación buscará un nuevo triunfo en las elecciones que celebrará el club el 8 de diciembre. Pese a la nueva eliminación ante River, y sin oposición unida, el macrismo que desembarcó en el club en 1995 tiene más chances de retener el poder en Boca que en las elecciones presidenciales de este domingo. Los carteles de Christian Gribaudo, candidato oficialista, también él funcionario macrista, dominan el martes en la Bombonera. Su vice, Juan Carlos Crespi, es el dirigente que se montó una sábana, el fantasma del descenso, para burlarse de River, en plena fiesta por el título de 2017. Los hinchas se despiden el martes de la Bombonera al grito de «Angelici botón, Angelici botón». Al River de Gallardo lo habían recibido al coro de «aserrín, aserrán, de la Boca no se van». Pero River se va tranquilo y feliz al Monumental. A celebrar con sus hinchas la tercera final de Libertadores en cinco años gloriosos con Gallardo. La Conmebol la fijó para el 23 de noviembre en Santiago de Chile, sede incierta hoy bajo toque de queda por protestas populares, clima impensado para quienes lo describían como un país modelo. Dante Panzeri definía al fútbol como una «dinámica de lo impensado». Acaso lo mismo podría decirse de la política. De la vida. Y más aún cuando la pelota tampoco ofrece consuelo.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.