Bielsa vs Klopp

El Loco debuta en la Premier. Nacho Fernández y Labruna.

Hola, ¿cómo estamos?

–¿Están preparados para correr?
–Sí, claro
–Bueno, vamos a correr, vamos a dar lo mejor de nosotros, vamos a correr más que lo que corremos siempre, pero sepan que nunca vamos a correr tanto como ellos.

El 7 de noviembre de 2011, en San Mamés, se enfrentaron Barcelona y Athletic Club. Al terminar el partido, sin las histerias del profesionalismo, los dos entrenadores subieron a un palco y reflexionaron sobre lo que había ocurrido. Pep Guardiola le confesó a Marcelo Bielsa el diálogo que había tenido en el vestuario antes de salir a la cancha. Un 2-2, bajo la lluvia, con una igualdad de los catalanes lograda porque Lionel Messi estaba imparable. Años atrás, en Rosario, habían compartido una charla de once horas. “El mejor llega a la Premier”, escribió el entrenador del Manchester City en sus redes sociales, el día en que el Leeds ascendió. 

Pasó casi una década y el Loco sigue exhibiendo las mismas credenciales. Es por eso que Jurgen Klopp, DT del Liverpool, primer retador en esta primera fecha inglesa -hoy a las 13.30, por ESPN- advirtió en la conferencia de prensa casi el mismo concepto: «Trataremos de empujar con nuestras armas. Si no estamos listos para la intensidad, tenemos un problema, porque ellos estarán listos».

Judith Blake, jefa de Gobierno de Leeds City, explica por qué ocurre algo diferente con este entrenador: “Marcelo capturó la imaginación no sólo del club, sino de la ciudad. No nos enseña sólo su fantástico fútbol. Contagia su pasión, su atención a los detalles, su capacidad para que todos demos el 10% más, su modestia”. Bielsa llegó para sacudir, con su versión más cálida. Lejos de estar encerrado en un predio como lo hacía en AFA o en el Pinto Durán de Chile, mete reuniones de trabajo en el popular Costa Café y hace sus compras en el almacén del barrio -donde lo esperan para sacarse fotos-. Ya quedó en la memoria de todos, la jornada en que su equipo le convirtió un gol a Aston Villa cuando el rival tenía un jugador tirado en el piso por lesión y obligó a sus futbolistas a que se dejaran empatar porque esta actitud había estado mal éticamente. 

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“Yo identifiqué que teníamos cosas en común: la agresividad sin balón, la posesión. Eso es la historia del Leeds, la identificación del entrenador va en el mismo sentido. A priori es un estilo de fútbol que iba a gustar: acá y en todo en Inglaterra”, le confiesa Víctor Orta, director deportivo del club, al periodista Nicolás Rotnitzky, en este hermoso podcast.

Bielsa encontró en Inglaterra un lugar donde se ríe. Continúa teniendo algunos hábitos de siempre y por eso recién confirmó esta semana que renovaría su contrato para seguir adelante en el proyecto. Desde el día en que destruyó un acuerdo ya firmado con Lazio para asumir como entrenador, cada vez que duda, tiembla todo. En Leeds, consiguió que el club regresara a la Premier, tras 16 años de ausencias. Un hincha le gritó “God” -dios- y ni necesitó a su traductor personal para aclararle, entre risas, que ese no era su rol. Acá es diferente. “A mí me gusta no ser amigo del futbolista, pero saber qué pasa, qué siente, ser más cercano. Yo no recuerdo a Marcelo tener un vínculo más afectivo, aunque no digo que no lo haya tenido”, es una de las diferencias que Gallardo muestra en relación al rosarino que lo condujo en la Selección. Esa ventana parece rota en este ciclo. 

El mediocampista Kalvin Philips, clave en el ascenso, fue convocado para Inglaterra la semana pasada. Desde 2004 que un futbolista del Leeds no estaba en los planes de la Selección. Bielsa le devolvió el logro con un premio: le regaló una camiseta de Newell’s de cuando él fue jugador. La prenda iba acompañada por una nota: “Tu esfuerzo valió la pena, pero esto no termina acá”. El jugador también le regaló su casaca. Hasta dónde llegan las aventuras del Loco es parte esencial de su recorrido. Su pasado siempre lo acompaña: en esto de los hinchas virtuales durante la pandemia, un rosarino compró una butaca atrás del banco de suplentes a la que le puso el rostro de Jorge Griffa, maestro de este maestro. 

“Lo admiro, pero nunca estuve cerca”, declaró Klopp. El rosarino, siempre lejano a la soberbia, confesó hace un tiempo que le había copiado cosas al Liverpool: “Siempre hay equipos y técnicos que te atraen y quieres copiarlos. Los seres humanos siempre quieren copiar a los que ganan. Tenemos ejemplos como Liverpool”. El Loco ya tiene una estatua en la ciudad, pero no son los bronces lo que lo identifican. La Premier es un nuevo gran desafío y habrá que ver cómo camina. Pero yo no me animo a ponerle punto final a este texto porque, en un parpadeo, Bielsa ya dejó una nueva semilla donde crecen flores.

El heredero de Labruna

(Nacho Fernández, con la vuelta del fútbol, un perfil del que Maradona, Riquelme y Gallardo consideran el mejor jugador del fútbol argentino) 

El cuerpo flaquito y el aire desgarbado hicieron que llegara al Normal 2, dijera que jugaba en Gimnasia y un compañero lo acusara de mentiroso: “Yo estoy en inferiores y nunca te vi”. Al día siguiente, el pibe lo buscó y ahí estaba y se rieron. Los Fernández eran médicos, habían hecho la residencia en Castelli, tuvieron cuatro hijos y, en enero de 1992, se fueron a trabajar al hospital de Dudignac, un pueblo que entre 1991 y 2010, según el último censo argentino, aumentó su demografía en 164 habitantes para llegar a 2.670. La abuela vivía en La Plata. En Argentina, es frecuente que los pueblerinos migren a las ciudades para ir a la universidad. Hacía un tiempo, su hermano mayor estudiaba Educación Física y su hermana, Ciencia Política. En edad de pre novena, al nieto menor le surgió la chance de ir a Gimnasia y Esgrima La Plata y quedó. A los 13 años, Nacho Fernández decidió salir del pueblo y conquistar el mundo.

Un director deportivo dijo que con ese cuerpo no le iba a dar y lo mandaron a préstamo a Temperley. Su año en la Reserva de Gimnasia de La Plata, conducida por Damián Basílico, había sido extraordinario: todavía se recuerda un golazo a Racing, arrancando como interior izquierdo en un 4-3-3. Ahí jugaban Maxi Meza, Lisandro Magallán, Fernando Monetti, Franco Mussis, Alan Ruiz y Milton Casco. Una Selección que terminó brillando en diáspora en otros clubes. Cuando regresó, Pedro Troglio, el entrenador, mucho no lo tenía en cuenta y encima los del Bosque comenzaron el torneo con tres victorias al hilo. Su papá viajó a La Plata y le dijo, frustrado, que era una pena que estuvieran ganando porque le iba a costar debutar. Nacho todavía lo relata como una de sus grandes broncas familiares. “El equipo va a seguir ganando y yo voy a encontrar el lugar. Cómo voy a querer que pierda”, le confesó y tres semanas después, luego de que a Mussis lo suspendieran, fue al banco, entró y al tiempo ya era indiscutido. Su primer gol llegó el mismo día en que lo pusieron de arranque, contra Patronato.

En el aeropuerto de Misiones, después de jugar contra Crucero del Norte, Troglio se acercó y le dijo: “Me escribió mi madre, dice que le llegaron sus saludos”. Faltando 20 minutos, el entrenador había sacado a Nacho y él se fue por detrás del arco insultando. La televisión lo captó. Al día siguiente, lo llamó al técnico para pedirle disculpas. Lo entendió. Ambos eran verborrágicos y más de una vez terminaron juntos en el césped compartiendo tribuna contra un juez. “Soy tranquilo en la vida personal, pero adentro de la cancha soy calentón. Si jugamos al fútbol tenis no me gusta perder. Muchos árbitros me dicen cállate la boca”, explica, y quien le preste atención verá su constante gesto de agarrarse la cabeza cuando algo no le gusta.  

De madre a madre, con ese entrenador los une el mismo círculo. El día en que Jorge Sampaoli hizo debutar a Nacho en la Selección, contra Singapur, Sara, su mamá, escribió en su Facebook: “Al principio Troglio no te tenía en cuenta y yo estaba desesperada. Tu padre y tu hermano me consolaban”. Era un detalle en una carta llena de amor que encabezaba con un: “Hijo querido, hasta hoy no me di cuenta de lo que estaba pasando. Todavía sigo llorando”. 

De llantos está escrito. Gimnasia ascendió en 2013 y Nacho apareció corriendo por Córdoba, en el Mario Alberto Kempes, con 11.500 hinchas delirando. Iba mostrando una remera. Catriel, un amigo con el que pateaba pelotas desde chico, había tenido un accidente de tránsito y estaba grave. Al amigo, con cariño.  

Al sur de Venezuela, en la ciudad de Valera, River debutaba en la Libertadores contra Trujillanos. Era febrero de 2016, hacía un mes que había llegado a Nuñez. Le dieron la vacuna contra la fiebre amarilla, le hizo mal, empezó a vomitar, bajó cuatro kilos, no tenía hambre. Su cuerpo estaba más aspirado que de costumbre. Aunque ahora se le sigan viendo los huesos, se transformó al regresar desde Temperley, con dietas y con gimnasio para poder jugar en Primera. Debía armarse para poder jugar en el fútbol argentino. La estética de su cuerpo no siempre le había jugado a favor. Y encima llegaba a River y volvía a desinflarse.

Había sonado su teléfono, era un número desconocido y se lo dio a su novia como para decir que no más fácil. Todavía ella recuerda la cara cuando le dijo: “Es Marcelo Gallardo, quiere hablar con vos”. Una temporada antes, Lanús había pretendido comprarlo. Él lo habló con Troglio y el entrenador le soltó, jocosamente, “qué te vas a ir a Lanús, esperá”. Ésta era la chance de sumarse a un equipo que venía de ganar la Libertadores. Lo habían sondeado desde Brasil y México. Tenía 26 años, una edad justa para un futbolista. Era el momento.

Ángel Labruna ganó, como jugador y entrenador, 18 campeonatos nacionales con River. Su nombre y el de Arsenio Erico encabezan la lista de los máximos anotadores de la historia del fútbol argentino. Le decían el Feo. Vivía en la calle Lidoro Quinteros, a tres cuadras del Monumental y cuentan que iba caminando con la revista Palermo Rosa, especializada en turf. La pasión por los burros la había heredado de Adolfo Pedernera y por el Charro Moreno, piezas fundamentales de La Máquina, uno de los grandes equipos de la historia de la pelota. Quizás, esa sea la herencia de sangre riverplatense que Nacho lleve: es tan fanático de las carreras de caballos que hasta habla por teléfono con jockeys para saber por quién apostar.

El Hipódromo del barrio de Palermo sigue reuniendo fanáticos, pero tuvo su auge entre 1920 y 1960. Irineo Leguisamo constituyó la figura más recordada de un deporte que atraía desde futbolistas hasta artistas populares como Carlos Gardel. Un aura de la Buenos Aires que buscan los turistas en Caminito, La Boca. Algo de lo tradicional convive con el estilo de Nacho, uno de los pocos futbolistas que todavía usa botines negros y de cuero, que no despliega ni crestas ni cortes en degrade. Hasta le dicen El Sordo, apodo arrabalero y de historietas, porque no escucha bien y en algunos años deberá operarse.

La técnica y la inteligencia las traía: Gallardo se las explotó. En una sala del predio de River en Ezeiza, lo citó para que viera videos, entre otros, de Toni Kroos. El objetivo era que potenciara sus movimientos en los instantes en que no tenía la pelota. Unos de esos conceptos teóricos que aparecen en el clímax de las películas. Ya todos recuerdan que en la final de Madrid fue él quien rompió el fútbol de ajedrez que le propuso Guillermo Barros Schelotto. Empezó a cerrarse, a pedir entre el lateral y el central, a obligar a la incómoda decisión de quién se debe hacer cargo del que se sale de libreto. Así, construyó una pared con Pratto para llegar a los primeros disparos al arco. 

Certificado por Diego Maradona y por Juan Román Riquelme como el mejor jugador del fútbol argentino, en diciembre del año pasado a Nacho Fernández el mundo le abrió una puerta: irse al extranjero. A los 30, es de los pocos que sólo militó en el fútbol argentino. Sus representantes y su entorno querían aprovechar su momento para monetizarlo. De Brasil y de México le llovían llamados. Gallardo se adelantó y, tras ganar la Copa Argentina, ladró: “No se va a ningún lado”. Un gesto público que no usó ni con Pity Martínez ni, en estos días, con Juan Fernando Quintero. Un reconocimiento e, incluso, una muestra gratis de su análisis de por qué su equipo funciona. Quizás, ese sí, sea un buen cartel para exhibirle al compañerito que no le creía. 

James y los chinchulines

Gustavo Upegui, mano derecha de Pablo Escobar, proveedor de animales exóticos para el zoológico de la mítica hacienda Nápoles, vio a un nene de once años hacer un gol olímpico en el Estadio Atanasio Girardot. Buscó a su madre y le ofreció casa y trabajo a cambio de que dejaran Ibagué y se mudaran a Medellín. El Envigado FC cultivaba pequeños cracks de Antioquia y pasaba de ser un club de fútbol mediocre a ascender a Primera. James Rodríguez era un niño que no crecía y el dinero sin origen comprobado le financió un tratamiento hormonal.

En 2006, el enganche que acaba de comprar el Everton de Inglaterra, debutó, con 14 años, en el profesionalismo. Nadie es crack tan fácil y el 3 de julio de 2007 un grupo de falsos policías irrumpió en la casa de su mecenas y le reventó la cabeza con ocho balazos. El equipo, por donde habían pasado Giovanni Moreno y Juan Fernando Quintero, fue diluyéndose. Una tómbola de rumores hizo que el empresario argentino Silvio Sandri terminara reunido con el coordinador de inferiores de Banfield, Clide Díaz, y le ofreciera el 50% del pase del colombianito a cambio de 400 mil dólares. Apenas unos meses después, el crack que brillaría en el Santiago Bernabeu y en el Allianz Arena se tomó el tren General Roca por primera vez.

Argentina no era Colombia. Pasar de estrella a ser un pibe más de la Reserva de Banfield lo tenía incómodo. Llamaba todos los días a Sandri para decirle que quería volver. A Díaz le reprochaba que lo habían traído para jugar en inferiores. Sus pequeños ratos de felicidad se resumían en cruzar a un puestito que había enfrente del estadio Florencio Solá y pedirse un choripán. Todavía archiva como orgásmico el día en que le dieron de probar los chinchulines. El resto le era hostil: en Mar del Plata, en su primera pretemporada, le hicieron el típico bautismo de cortarles el pelo a los debutantes y terminó llorando. No fue la última en que desparramó lágrimas en el sur: cuando recién comenzaba, un día Julio Falcioni se equivocó, le echó la culpa por una marca que no era suya, lo sacó, lo retó en el vestuario. En los días siguientes, al revisar el video, el entrenador corrigió el error y terminó pidiéndole disculpas. 

El padre biológico de James se tomó el palo cuando él estaba dejando de ser un bebé. Su madre se unió a Juan Carlos Restrepo, un ex futbolista de la región de Tolima, quien ejerció el cargo con altura y hasta se volvió su representante. Sin embargo, la necesidad de un paraguas protector fue una constante en la carrera del colombiano. Falcioni advirtió eso cuando sacó las cuentas de que el enganche jugaba mejor las semanas en que su madre estaba en Buenos Aires y le cocinaba platos de su niñez. José Pekerman, en Colombia, cumplió la misma función: en la jornada en que el argentino dejó el cargo de la Selección James escribió en sus redes sociales “siempre serás mi mejor maestro”. 

De Banfield, migró al Porto, tras ganar el único título en la historia del club. El día en que lo vendieron subió Clide Díaz al micro que llevaba al plantel rumbo entrenamiento y anunció: “Tenemos una noticia que es buena y mala. James ha sido vendido”. En Portugal, lo esperaba el entrenador André Villas Boas, ex ayudante de Mourinho, hoy en Olympique de Marsella. Y, aunque ganaron siete títulos, el colombiano necesitaba un trato especial: es que cada vez que jugaban al medio y le tiraban un caño era capaz de abandonar la práctica y había que convencerlo para que regresara. “Fueron tres años muy buenos en los que entendí lo que el fútbol europeo me exigía para estar acorde al primer nivel. Fue el club perfecto”, reflexiona sobre su tránsito por la vida lusa. 

Un breve paso por el Mónaco le sirvió para prepararse para el Mundial 2014. En Brasil, fue el goleador de la Copa, con seis gritos, y ganó el premio al mejor gol del año. Fue contra Uruguay, por los octavos de final, en el Maracaná, en una obra de arte tan hermosa que en los festejos una insólita mariposa se posó sobre su hombro para abrazarlo. Acá lo tienen. Todos esos pergaminos los puso en la órbita del club especialista en comprar a cualquier figura que aparezca. El Real Madrid de Carlo Ancelotti venía de ganar la Champions League y al mítico DT italiano le parecía un jugador indispensable. Allí comenzó su última relación de paternidad.

Detrás de Cristiano Ronaldo y de Gareth Bale, se volvió la tercera compra más cara del Madrid: 80 millones de euros. Los devolvió con una buena marca: 13 goles y 13 asistencias. Pero nada alcanza en la Casa Blanca y ante cada logro hay alguien que fue más grande. Ancelotti no duró mucho más. Llegó Rafa Benítez, un talento táctico a quien le reclaman poca sensibilidad a la hora de conducir: el ejemplo más famoso es su pelea con Javier Zanetti por prohibirle tomar su clásica lata de Coca Cola a un tipo que debutó en Primera en 1992 y dejó la pelota recién en 2014. Duró seis meses. Pero James ya no era el mismo y hasta lo complicó lo que nunca: apareció en los paparazzis, escapando de la policía, que lo perseguía por la autopista, mientras él conducía arriba de los 200 kilómetros. A Zinedine Zidane, el reemplazante, ese perfil no le convencía. 

Ancelotti asumió en Bayern Munich y se llevó a James. Obtuvo cinco títulos, pero le costó adaptarse. Empezó a estudiar alemán y al tiempo abandonó: “Le dije al profesor que no perdiéramos más nuestro tiempo en algo que no iba a entender”. Algo de la cultura no encajaba con él. Otra vez, además, a los meses, echaron al italiano por sus malos resultados. Dos temporadas naufragó Rodríguez en la Provincia de Baviera. Nunca se sintió a gusto: “En Alemania solo piensan en el trabajo, son unas máquinas, uno llegaba y saludaba, se cambiaba, entrenaba y ‘chao’, cada uno con su vida”. Nunca compraron su pase y debió regresar al Real Madrid. Con la mala suerte de que, tras el desfile de Jules Lopetegui y de Santiago Solari, Zidane volvía al club. El francés no lo quería. 

James aguantó en Madrid hasta que se quedó con el pase en su poder. A los 29 años, llevaba tres temporadas en las que no había podido pisar firme. Y que recibió el llamado, de nuevo, de su padre italiano. En 2017, el empresario iraní Farhad Moshiri, ex accionista del Arsenal y de la auditora Deloitte, tomó el control del Everton. Su primera movida mediática fue contratar a Wayne Rooney, ya sin lugar en Manchester United. En su misma ciudad, mientras, el Liverpool de Jurgen Klopp se apoderó de todo: Champions y Premier. En 2020, la pretensión es dar el salto. Trajeron al prestigioso Ancelotti, al que rápidamente le aportaron cuatro nombres importantes: Allan -de gran temporada en Napoli-, Abdoulaye Decouré -del Watford-, Niels Nkounkou -del Marsella- y el enganche colombiano. 

En la presentación, Ancelotti dijo que no tuvo que convencer a James de que viniera. James, casi al mismo tiempo, explicó que Ancelotti lo convenció. Apenas un desorden, en la sociedad ítalo-colombiana que busca conquistar Inglaterra. Mañana, a las 12:30, visitan al Tottenham de Mourinho. 

El único Ecoclub del mundo

Tres meses tardó Dale Vince en dar vuelta la historia de un club que existía desde 1889. Lo había comprado en 2010 y a principio de 2011 colgó un cartel en la pared del comedor que prohibía el consumo de carne roja. El anuncio llamó la atención de los jugadores del Forest Green de la cuarta división de Inglaterra -la League Two-, pero cuando terminaron de darse cuenta ya había una nueva modificación: sólo habría comida vegana. Esos fueron los primeros pasos que terminaron en una tribuna que alienta a sus jugadores con hamburguesas de quinoa y papas con curry en la mano.

“Join the green revolution”, introduce la página web de Ecotricity, la empresa que combate el fracking y propone energía solar y eólica. Vince es el principal accionista y nadie imaginó que su inversión en un club de la cuarta división tendría como horizonte la transformación. Por las condiciones impositivas del Reino Unido, estas movidas suelen estar más vinculadas con el lavado de dinero. 

Pero no era el objetivo de Vince hacer un cambio de alimentación y ya. Rompió el molde cuando impuso tres modificaciones: instalar paneles solares en los alrededores del estadio, dejar de usar pesticidas o agroquímicos para cuidar el césped y armar una red de tuberías subterráneas para reutilizar el agua con la que son regadas las canchas. 

En 2015, la Sociedad Vegana lo reconoció como el único club del mundo en llevar adelante estas prácticas. Vince tiene un peso político muy grande en el ecologismo: su empresa financia proyectos en Bután, en Chile y en India. Invierte en proyectos comunicacionales que denuncian los abusos del fracking y promueve los autos a batería. Trasladó el modelo al fútbol y ya la UEFA lo reconoció como el club de fútbol “más ecológico del mundo”. 

Semejante movimiento llamó la atención del español Héctor Bellerín. El lateral del Arsenal sentía que, al terminar los partidos, el cuerpo le quedaba hinchado. Lo habló con un médico y decidió probar con el veganismo. “Cuando hablamos de velocidad y carrera estoy más preparado y recupero mejor; soy más fuerte y siento que estoy más preparado. Me levanto con más energías a la mañana”, explicó en 2018, cuando tomó esta decisión. Pero, también, fue solo un comienzo.

Bellerín se volvió una figura exótica del fútbol. Marcas como Louis Vutton lo contrataron como modelo. Entendió su rol como deportista comunicador y comenzó un programa de entrevistas: luego de que Bayern Munich conquistara la Champions, entrevistó en su podcast a su amigo Sergio Gnarby, figura del campeón alemán. Desde las redes sociales -tiene 3 millones de seguidores en Instagram-, el español comenzó una campaña: cada partido que ganara el Arsenal, invertiría para plantar tres mil árboles en el Amazonas. Al final de la temporada, notificó que habían llegado a 50 mil plantaciones. Siempre con un lema: “Hay que combatir la emisión de carbono”.

Convencido del proyecto de Vince, Bellerín adquirió acciones del Forest Green y se volvió el segundo propietario del club. Su toma de posición viene impulsada por una gran obra: en 2016, anunciaron que construirían un nuevo estadio con materiales que no dañen el medio ambiente y con tribunas de madera. “Con el nuevo estadio, vegano y carbono neutro, el club está haciendo un gran trabajo en las mentes”, sintetizó el futbolista.

No se ha caracterizado el Forest Green por ser un gran equipo, pero va por su revolución. Su último gran impacto habita en sus nuevas camisetas, producidas al 100% con tela de bambú. Quienes pagan por esas casacas reciben un descuento para pasarse a Ecotricity. ¿Una movida de marketing? Quién sabe, pero ya está haciendo ruido.    

Pizza post cancha

  • Cambio radical es un documental de Netflix clave para pensar la alimentación, las proteínas y los carbohidratos en los deportistas. Desde el veganismo, con la intención de derribar algunos mitos en el deporte, producida por Djokovic y por Arnold Schwarzenegger, creo que es indispensable para un deportista de élite.
  • Bielsa, Aristóteles, La Premier y la fórmula de la felicidad. Una linda experiencia brinda Agustín Barbeito en Lastima a nadie, maestro.
  • Joe Lewis, amigo de Macri, dueño del Tottenham, denunciado por tomar ilegalmente tierras en la Patagonia. La sección de deportes de Tiempo Argentino siempre da algo.

Esto fue todo.

Ah, me olvidaba. Ronaldo superó la barrera de los 100 goles con la camiseta de Portugal. Hubo una época, en 2004, cuando sacaron Máquina de Sangre, en que yo dejé de escuchar a Los Piojos porque me gustaba mucho La Renga y me parecían contrapuntos. Una insensatez, ya que Ciro es crack. Con Cristiano y Messi me pasa lo mismo. Así que para recuperar el tiempo perdido va este regalo: todos los goles de este monstruo en la Selección. 

Ya saben: si pueden, apoyen a Cenital.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.