Benzema, Le Pen y La Marsellesa

Perfil del controvertido crack del Real Madrid.

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La región francesa de Nord cobijará para siempre un orgullo en sus vitrinas. Su cuadro, el Lille, le ganó en 2021 la Ligue 1 al PSG. Un desafío estadístico de probabilidades cero en que un grupo de humanos doblegó a los Avengers. En 2022, arribaron a los octavos de la Champions League. La doble competencia les complicó el torneo local y andan por el noveno puesto. Christophe Galtier, el entrenador campeón -que en 2000 se agarró a piñas con Marcelo Gallardo-, voló hacia el Niza, propiedad de Ineos, una química británica denunciada por todo tipo de contaminación. Los ídolos superan las ciudades. El 10 de abril, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, en la urna apareció un voto para Karim Benzema. Pero con el 30%, Marine Le Pen lideró los comicios en la zona. Mañana, en ballotage, la ultraderechista se medirá con el actual mandatario, Emmanuel Macron, para saber quién presidirá el futuro. En 2016, la dirigente agitaba su discurso xenófobo con el 9 del Real Madrid como blanco de los ataques.

Don Da Lakehal Benzema nació en Tighzert. La guerra de la Independencia de Argelia arrancó el 1 de noviembre de 1954. El proceso bélico del anticolonialismo duró casi una década. Muchas familias debieron escapar de la violencia y del sangrado económico. El abuelo de Karim voló hacia Lyon. A hacer la vida. Uno de sus hijos tuvo nueve descendencias. Uno, el sexto, fue tan mágico como para volverse el mejor centrodelantero del mundo. La herencia se carga. Benzema nunca consiguió sentirse parte del todo. Como muchos infantes con fisonomía árabe, sufrió bullying en la escuela. El chetismo francés lo discriminaba. Se escapaba a las canchitas de fútbol de la institución católica a la que lo mandaban a educarse. Las burlas se le acumulaban por tener sobrepeso. Hasta que descubrieron que le sobraba talento. Ayer, hoy y cuando sea, en tu barrio o en Marte, el o la que juega bien siempre tiene amistades.

Lo inscribieron en el equipo infantil Bron Terraillon. Ya no pudo parar. Le tocó una final para su destino. A los nueve años, en un cruce de inferiores contra el Olympique de Lyon, metió dos goles y a los captadores se les cayó la baba por poseerlo. Lo ficharon. El resto fueron récords: 38 goles en la temporada con el Sub 16 y 12 gritos en 14 partidos con el Sub 18. Con 17 años, el punta que ahora canta 34 almanaques, debutó en el primero de los dos clubes en los que construyó su carrera.

Rompió como un rayo ascendente. Apareció en el primer entrenamiento y alguien se rió, lo encaró y le ladró: “Vengo a sacarte el puesto”. Disputó cuatro temporadas en el club de Francia: ganó en todos los casos la Ligue 1 y la Supercopa. Para su último torneo, dio la sensación de que le sobraba. Veinte gritos para ser el máximo anotador. Entonces, el Real Madrid puso los ojos y 35 millones de euros por él. Aterrizó de la mano de Cristiano Ronaldo y de Kaká. Con ese dinero, Lyon apostó a un sucesor famoso en estas tierras: Licha López.

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Tras el Mundial de 2006, al francés Jean-Michel Cavalli le propusieron hacerse cargo de la Selección de Argelia. El primer escollo que le tocaba era una gira de amistosos contra Brasil y Argentina. Se tomó un avión y viajó a Lyon para reunirse con Benzema y con su padre. De esas cumbres que con el tiempo se van volviendo cada vez más místicas y hubo más gente y tendría que haber sido en un estadio para que entrasen todos. La posibilidad de sumar a su equipo a tremendo crack habría sido un salto de calidad. Había que conquistarlo. No pudo. La respuesta del delantero resultó tan tajante como polémica: “Argelia es el país de mi padre. Está en mi corazón, pero deportivamente jugaré para la Selección francesa”. El primer capítulo de una historia tumultuosa.

Benzema representó a Les Bleus. Alternadamente. Tan al tempo de su talento como de sus oscuridades. El primero que confió en él fue Raymond Domenech. Lo llevó a la Eurocopa 2008. De la mano de Zinedine Zidane, el técnico había disputado la final de la Copa del Mundo de 2010. El mito de la expulsión del 10 por un cabezazo en el pecho de Marco Materazzi guarda dos hipótesis: que el tano insultó a su hermana, que lo acusó de argelino de mierda. Benzema apareció como una especie de sucesor. Laurent Blanc sustituyó a Domenech. Su proceso no funcionó y el cargo le cayó a Didier Deschamps. El 2014 resultó un buen Mundial para los franceses y para Karim. Pero quedaron en el camino contra Alemania en cuartos de final. En Brasil, los campeones tuvieron dos series que debieron ir al alargue: Argentina en la final y Argelia, en octavos.

El 11 de diciembre de 2015 explotó todo. El futbolista Mathieu Valbuena recibió en su celular un video suyo teniendo relaciones sexuales con su pareja. Lo extorsionaban asegurándole que lo publicarían si él no abonaba una cifra determinada. El victimario era un conocido del delantero del Real Madrid. Según determinó el juez de la causa: “Benzema se implicó personalmente con insistencia para intentar convencer a Valbuena de que se reuniera con su hombre de confianza”. La víctima aseguraba que el tono de su compañero de Selección había resultado amenazante.

Las consecuencias resultaron graves. En noviembre de 2021, la Justicia francesa lo declaró culpable: un año de prisión con suspensión de pena y una multa de 75 mil euros. Eso desde lo legal. Desde lo social y lo deportivo, fue peor. Deschamps lo marginó. Hizo la salvedad de que la razón era deportiva, pero nadie le creyó. El 2016 transcurrió durísimo. “No le haría eso ni a mi peor enemigo”, declaró Valbuena, que dos años más tarde intentó sanar su relación con el delantero, asegurando que era tiempo de resolver las heridas. “Hice un análisis sobre el grupo, no sobre un individuo”, justificó el entrenador.

Los dimes y diretes se posaron entre la Federación y el futbolista. Noël Le Graët, el Chiqui Tapia de los galos, encarnó la mediatización del conflicto: “Es uno de los mejores en su puesto, pero su aventura en Francia está terminada”. El delantero respondió: “Si creés que he terminado, déjame jugar en uno de los países en que soy elegible y ya”. Benzema comenzó a agitar para que lo autorizaran a sumarse a Argelia. No podía porque el reglamento define que si se vistió la camiseta de una Selección ya no es posible usar otra. Ni una ni la otra: Deschamps salió campeón en Rusia 2018 y Olivier Giroud ofició de su centrodelantero.

Aquellos días del escándalo, Marion Le Pen, sobrina de la candidata, aprovechó para salir a ladrar. “Nacido y criado en nuestro país, Benzema se volvió millonario gracias a la Francia que ahora escupe”. El delantero respondía haciéndose eco de las declaraciones: “Deschamps se está plegando a lo que pide la mitad racista de Francia”. Marine, la tía, avanzaba más: “Nunca debió haber jugado en nuestra Selección”.

El hecho sacudía a la política francesa. Tanto que el entonces presidente, Manuel Valls, decía en una conferencia de prensa: “No es ejemplar. Si fuera un funcionario, no podría estar en el gobierno”. La espuma subió tanto que Nicolas Sarkozy, primer ministro, tuvo que dar la cara y retó a todos: “No me gustan las lecciones de ejemplaridad”.

Los Le Pen son una familia que representa el discurso racista en Francia. El primer líder del partido Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, vociferaba en la previa del Mundial del 98: “Es artificial que hagamos venir jugadores extranjeros para bautizarlos como equipo de Francia. La mayoría no la canta, o visiblemente no se saben La Marsellesa”. Aimé Jacquet, el director técnico de aquel equipo campeón, respondía sin tibiezas: “Yo no voy a salir a hablar de lo que diga un payaso”. Tras los festejos en Champs-Élysées, Jacques Chirac, presidente del país en ese entonces, enunciaba: “Estoy orgulloso de este equipo multicolor y ganador”.

A Benzema lo respaldaban sus goles y quien era su entrenador del Real Madrid, Zidane. El propio Zizou había sido blanco de Le Pen en la década del noventa. Tras ganar el Mundial, explicaba: “Soy francés. Mi padre es argelino. Estoy orgulloso de ser francés y estoy orgulloso de que mi padre sea argelino”. 

La situación de su delantero pudo resolverse cuando el campeonato del mundo calmó las aguas. Para la Eurocopa 2021, Deschamps convocó a Benzema a una reunión. “Discutimos porque no había otra solución que discutir”, blanqueó el entrenador en la misma conferencia en que anunciaba que el punta volvía a la Selección. A cualquier técnico del planeta se le hacía agua la boca para disponer de semejante delantera: Benzema, Mbappé y Griezmann. Pero la historia no culminó como se imaginaba: contra Suiza, por los octavos de final, el Dream Team caía en los penales.

El Gato, como lo apodan, nunca dejó de competir. Tiene 34 años, continúa en el Real Madrid y metió tres goles para limpiar al PSG en los octavos. En los cuartos, contra el Chelsea, convirtió tres en la ida y uno en la vuelta, fundamental para la clasificación. Por unanimidad está considerado el mejor nueve del planeta y el martes, a las 16, estará en Manchester para lidiar con el City de Pep Guardiola.

Si la discusión es por la patria, Benzema ya conquistó el título de hijo pródigo de Madrid. Sus cuatro Champions League ganadas le dieron ese estatus. Sin Cristiano Ronaldo en el césped y sin Zidane en el banco, el Gato asume el rol de ídolo y carga con la bandera triunfalista de Santiago Bernabeu. El talento lo zafó del bullying y lo puso en el centro de los ojos del planeta. Este es su trofeo. En noviembre, en Qatar, intentará saldar sus heridas francesas.

(Para entender mejor las elecciones en Francia, pispeen el newsletter que escribió Facu Cruz esta semana)

Pizza post cancha

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Esto fue todo.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.