Barry Posen: “Estados Unidos está exagerando la amenaza de China”

El director del Programa de Estudios de Seguridad del MIT dialogó con Cenital sobre la disputa entre Washington y Beijing por la hegemonía global.

Desde Massachussets, donde ha dedicado los últimos años de su carrera académica, la voz de Barry Posen se escucha con autoridad. Es el mediodía del miércoles. A principios de la semana, el Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo,  deslizó públicamente la versión de que el coronavirus fue creado en un laboratorio de Wuhan. La tensión entre Estados Unidos y China, que ya estaba en dosis altas antes de la pandemia, ha escalado vertiginosamente en las últimas semanas. Para Posen, director del Programa de Estudios de Seguridad del Massachusetts Institute of Technology (MIT), y uno de los teóricos globales más influyentes en el campo de las Relaciones Internacionales, la disputa se encuentra en los niveles más altos desde la guerra fría, pero no cree que vaya a desembocar en un conflicto armado. 

Posen se muestra cauto sobre los titulares que afirman que estamos siendo testigos del punto de inflexión entre la disputa entre Estados Unidos y China, y que esta va a colocarse como la principal superpotencia en el futuro cercano. Para el académico, famoso por sus trabajos sobre la hegemonía norteamericana, el poder de Estados Unidos en el mundo está en declive hace rato; y su cuestionamiento viene principalmente de China, pero esta no se encuentra en condiciones de reemplazarlo. Más bien deben aprender a convivir. Cuestiona las políticas anti-china de los dos partidos principales –un consenso que se extiende al público estadounidense–  por sobredimensionar la amenaza que supone el Partido Comunista chino. 

¿Estamos viviendo el momento más álgido en las relaciones entre Estados Unidos y China en la historia reciente?

Bueno, depende de cómo lo veas. Fuimos a la guerra con China en la Guerra de Corea de 1950. En el periodo posterior a la Guerra Fría diría que sí. Hay episodios en los años 90, en el estrecho de Taiwán y con misiles involucrados, donde el clima era malo; también se puso feo con la revuelta tras la protesta de Tiananmen, en China. Pero lo que estamos viendo hoy tiene una sensación diferente. 

¿Por qué?

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Por la multiplicidad de dimensiones. China representa para nosotros un competidor ideológico, económico, tecnológico y militar. Los vemos como una secuela de la Unión Soviética, de alguna manera. Y antes existía cierto consenso negativo respecto a China en nuestro sistema político, pero ahora es mucho mayor y se ha extendido al resto de la sociedad. Esta narrativa de competencia se ha exacerbado con la pandemia. Ambos países han flaqueado con sus respuestas iniciales al virus. Así que ahora tenemos a las dos principales potencias del mundo heridas y concentradas en echarle la culpa a la otra. 

¿Cuánto de lo que estamos viendo hoy es parte de la competencia estructural entre ambas potencias y cuanto está siendo motorizado por la pandemia y la campaña electoral en Estados Unidos?

Hay profundas raíces estructurales en esta tensión. Se enmarcan en la larga tradición de la disputa entre superpotencias, que compiten y desconfían de la otra. Las superpotencias son las únicas que pueden lastimarse entre sí. Se ven con malos ojos, reaccionan. Una vez que estas fuerzas estructurales se trasladan al terreno inestable de la política doméstica, la competencia se acelera en términos de velocidad e intensidad. Cada Estado, entonces, con sus diferentes núcleos económicos y de seguridad, busca movilizar poder para competir; necesita movilizar recursos domésticos para competir. Y dado que vivimos en un tiempo de la política de masas, esa movilización de recursos incluye una retórica inflamada, historias simplistas y una repetición constante de lo que significa la amenaza externa. 

A esta situación estructural tenés que agregarle el comodín de Donald Trump, pero también el de Xi Jinping, un líder que incluso para los estándares de China es más autoritario que sus antecesores, tiene más inclinaciones a utilizar los poderes y prerrogativas del Partido, así como a personalizarlo. Estos dos líderes, cada uno con sus propias razones domésticas, son los que hoy se encuentran gestionando esta tensión estructural. Después aparece el coronavirus, que acelera la disputa sobre esta gestión y para algunos es visto como una oportunidad antes que una crisis. La mezcla, entonces, se torna muy volátil.

¿Puede esto llevar a una guerra en el futuro cercano?

No creo que nadie pueda predecir eso. En general a los países no les gusta ir a una guerra cuando sus economías están sufriendo. Hay un registro histórico razonable en esa regularidad. Las economías de ambos países están devastadas, al margen de lo que China diga y lo que Trump pueda creer. Mientras estemos lidiando con las consecuencias económicas del coronavirus creo que va a haber una desinclinación a escalar las tensiones en una guerra. Además el Covid ha afectado a las poblaciones militares de varios países. Resulta difícil concentrarlas y movilizarlas ante un escenario como el actual; eso agrega incertidumbre y también reduce la presión. La atmósfera competitiva es intensa, y podemos hacernos daño en términos económicos, tecnológicos o sanitarios, pero no creo que las circunstancias se presten a una escalada militar en un futuro cercano, de acá a cinco años. 

Habló de un consenso negativo en el sistema político estadounidense respecto a China. Si no es solo Trump, ¿qué sucede con los Demócratas? 

El Presidente es más performativo e impulsivo, y pese haber sido un empresario no parece entender que ambos lados tienen que beneficiarse de un intercambio. Trump cree que todos los beneficios anteriores del intercambio fueron para China, y que entonces los futuros deben ser todos para Estados Unidos. Esta es una manera muy peculiar de gestionar una relación de competencia y cooperación, que es básicamente de lo que se trata el comercio. Pero ambos partidos ven a China de manera negativa; desacuerdan en todo caso en cuáles son las cosas que les molestan. En el Partido Demócrata hay mucha retórica anti-china. Buena parte de los precandidatos en las Primarias tenían elementos anti-china en su plataforma, ya sea por sus prácticas comerciales y el impacto en los trabajadores, sus antecedentes en Derechos Humanos o su rol en el calentamiento global. 

La diferencia hoy radica en que los Demócratas parecen entender que en una negociación hay dos lados interesados y que una política efectiva para contener a un actor económico incluye acoplarse con otros aliados. Cualquier acuerdo va a parecer menos draconiano con ese actor si podés reunir apoyos de aliados, y también va a ser mejor para hacer respetar los límites del acuerdo. Es una química complicada, pero los Demócratas parecen inclinados a trabajarla. Creo que existen diferencias en cuanto a las estrategias y sobre todo la diplomacia a implementar. Pero veo a los demócratas inclinados a ser significativamente más confrontativos con China que antes. Hay un consenso entre los intelectuales de que cualquiera sea electo va a ser duro con Beijing, aunque el énfasis difiera. A Trump, por ejemplo, no le importa el cambio climático y a los Demócratas sí. De ser electos van a tener que negociar y crear una narrativa de cooperación. De lo contrario no puede alcanzarse nada. 

Estados Unidos parece más polarizado que nunca. ¿Pueden Republicanos y Demócratas trabajar juntos en la política exterior hacia China?

No sabemos que va a pasar con la política exterior del Partido Republicano después de Trump. Si va a volver a pensar como pensaba hace, digamos, diez años, entonces creo que ambos partidos pueden volver a una suerte de consenso en la relación con China, con un mismo marco de referencia conceptual y de prioridades, pese a los escenarios de desacuerdo. Así es como generalmente funcionan las cosas y creo que así va a ser. Las élites están discutiendo sobre eso en este mismo momento. Yo personalmente estoy descontento con ambos partidos en términos de la dirección que están tomando.

¿Por qué?

Creo que están exagerando la amenaza de China. No es que los chinos no sean un problema –lo son–, pero creo que la dimensión del problema está siendo exagerada. Mi percepción es que no estamos utilizando las políticas adecuadas. Trump está llevando a cabo un experimento con su batalla comercial, ¿es esa una medida adecuada? ¿Es el control marítimo en el Mar del Sur chino un remedio? ¿O la construcción de poder militar en el Pacífico? ¿De qué sirve demandarle a nuestros aliados que elijan entre China y nosotros? Quizás esta atmósfera es parte de la campaña y luego se irá, pero está flotando la idea de que solo las medidas más fuertes sirven. Y creo que eso es un error. 

¿De qué manera está siendo exagerada la amenaza? ¿No está cuestionando China la propia supremacía estadounidense en el mundo?

Por supuesto que lo están haciendo. No podría ser de otra manera. Estados Unidos ha sido la superpotencia global por unos buenos veinte años, quizás treinta. Los demás países no han aceptado esto. La única manera de que este escenario haya sobrevivido es porque teníamos más riqueza y sofisticación tecnológica que cualquier potencial número dos. Pero incluso la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, si mirás los reportes de Global Futures del Comité Nacional de Inteligencia (NIC), ya venía prediciendo que este conjunto de relaciones materiales que permitieron esa hegemonía global de Estados Unidos estaba decreciendo. Y estaba sucediendo porque otros países aprendieron el truco. Se desarrollaron económicamente, y cuando tu poder económico crece al punto que podés traducirlo en poder militar vas a querer más seguridad y un poder de decisión más grande de lo que pasa en el mundo.

La realidad es que los chinos tienen una gran economía, son muy buenos tecnológicamente y están mejorando, tienen una gran población y es imposible imaginar que la amplitud de la hegemonía que Estados Unidos ejerció durante treinta años puede persistir. Esa hegemonía está ciertamente cuestionada por China. La pregunta es: ¿Nos están cuestionando a nosotros para ser ellos el gran hegemón global? ¿Hay evidencia que lo respalde? ¿Tienen el poder suficiente para hacerlo? No lo creo. Lo que sí creo es que los chinos quieren tener una mayor influencia y poder de decisión en lo que pasa en el mundo. Y los estadounidenses pueden o bien pelear a los chinos en cada uno de los frentes, con uñas y dientes, o hacer lo que las grandes superpotencias han hecho en el pasado: aprender a convivir. Compartir poder e influencia. No es que tenemos el 100% del poder y los chinos nos están apuntando con una arma y diciendo que les demos el 100% del poder. Es diferente. Nosotros tenemos mucha influencia en el mundo. Esa influencia está basada en nuestras capacidades materiales, así como en nuestra sagacidad diplomática. Los chinos están aumentando su capacidad material –de manera natural, dado que nos han seguido en la ruta de las economías de mercado– y tienen sus cartas, pero no están haciendo todo bien. Están haciendo muchos enemigos, y eso juega a nuestro favor; tienen problemas geográficos sin resolver. Tenemos muchas cartas para jugar. 

Así que nosotros y los chinos tenemos que encontrar una manera de convivir en este planeta sin matarnos o sin estar peleando todo el tiempo. Eso no significa que vamos a ser amigos cercanos, no significa que vamos a acordar en todo, o que la competencia va a terminar, sino que esta debe ser gestionada. Pero si la premisa estadounidense a la hora de gestionarla es que cada vez que los chinos afirman su interés nacional significa un revés a todo lo que nosotros hemos construido en el mundo, o una amenaza que puede disminuir el poder e influencia de Estados Unidos, o incluso absorberlo, si cada vez que los chinos ejercen su poder de acuerdo a su propio interés nacional lo vemos como el principio del fin, entonces vamos a estar en una pelea muy desagradable por un largo tiempo. Y esa pelea, en cierto momento, va a generar serios riesgos. 

Para algunos la disputa es también de valores. Bajo este punto de vista, dejar crecer a China puede implicar un riesgo en términos de Derechos Humanos y valores democráticos en el mundo. 

Lo que China haga domésticamente es asunto suyo. Lo que nosotros hacemos domésticamente es asunto nuestro. Si China intenta exportar su modelo de gobierno por la fuerza e imperializar otros países y llevarlos hacia un modelo como el soviético entonces es un problema para nosotros. Pero no veo a los chinos paseándose con el libro rojo de Xi por el mundo. No veo que los chinos quieran exportar su modelo doméstico, o que busquen controlar a otros países. ¿Le dicen los chinos al resto del mundo que se organicen de la misma manera que lo hacen ellos? Yo no lo veo. ¿Es la cultura china una cultura fácilmente exportable? No, tampoco, es muy distintiva. ¿Quién es el que tiene la cultura y sistema más exportable? ¿Quién es el que tiene el estilo de vida que otras sociedades del mundo tratan de emular? No parece ser el sistema chino. Muchos países, no digo todos, parecen querer organizarse de otra manera, por más anárquica, alocada y confusa que pueda parecer. 

Puede aparecer como amenaza el hecho de que se trata de un modelo que combina éxito económico y tecnológico con modernización y autoritarismo, y mientras ese ejemplo exista en el mundo, otros van a ver ese ejemplo a la hora de decidir cómo organizarse. Pero también verán otros como el estadounidense, el europeo o el japonés. Hay muchos modelos para ver. 

¿Cuáles son sus ideas sobre cómo lidiar con China desde Estados Unidos?

China no es mi área de especialización, así que no puedo dar una respuesta específica, pero sí tengo unas nociones conceptuales más generales. Se lo que no me gusta. No creo que el terror de las guerras comerciales son una manera inteligente de lidiar con esto. Sí creo que Estados Unidos tiene que mejorar su posición militar en el Pacífico, pero creo que son esas cosas que simplemente tienes que hacer y no decir que vas a hacer; no se lo refriegues en cara a los chinos: hacelo. Creo que tenemos aprovechar los errores que comete China, que son muchos, especialmente en su región. Ahí deberíamos estar en una posición para aprovecharlos, pero si seguimos golpeando el tambor, hablando de competición militar e insistiendo en que estos países no comercien con China entonces básicamente estamos salvando a los chinos de sus errores. En nuestra diplomacia en el Pacífico y en otras regiones debemos siempre crear situaciones donde otros entiendan que el problema es China y no nosotros. Así deberíamos operar. Y no creo que sea algo que esté por encima de las capacidades de nuestros bien pagos diplomáticos.

Por último, ¿a qué debemos prestarle atención en los próximos meses?

No hay una sola cosa. El único lugar donde nos estamos acercando militarmente es mediante nuestros buques en el Mar del Sur chino. Ese es el área dónde puede haber una confrontación directa. Una de las cosas que hace que la competencia con China sea más fácil que la competencia con Rusia es que en todo Europa y otras partes del mundos tenemos fuerzas militares rusas y estadounidense rozando todo el tiempo. No tenemos eso con China, y es bueno que así sea. El único lugar donde nos chocamos es con las navegaciones marítimas en el Mar del Sur chino. Deberíamos mirar eso. Siempre algo puede salir mal. 

Esta entrevista es parte del newsletter Mundo Propio. Podés suscribirte acá.

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.