Auf Wiedersehen

La importancia global de Angela Dorothea Merkel, una dirigente que se despide, tras 16 años de gestión, con una fuerte imagen positiva y un rol estratégico mundial que podría perdurar fuera de su cargo.

Las incertidumbres que, parecía, iban a durar algunos meses, permiten vislumbrar un cierre rápido y próximo. Las negociaciones entre liberales, verdes y socialdemócratas iniciadas formalmente el jueves dan cuenta del inminente final del cuarto período consecutivo de Angela Merkel al frente del gobierno alemán, quien cederá el poder a una inédita coalición opositora a tres bandas. 

La derrota de su partido, sin embargo, difícilmente empañe la valoración de su figura en Europa o en el mundo. Una dirigente de centroderecha, preocupada primordialmente por el equilibrio presupuestario, que resistió cuanto pudo al matrimonio igualitario y que, en general, impulsó una agenda más favorable al capital que al trabajo, ganó, sin embargo, un respeto amplio y extendido a lo largo de todo el arco político, a punto tal que su probable sucesor centroizquierdista se proclama, también, como candidato de la continuidad. 

A la hora de buscar motivos para ese éxito político que de tan abrumador terminó perjudicando a su partido por ser asumido por todos, quizás haya que destacar que ninguno de los principales dirigentes occidentales ha combinado como la alemana, a la vez, firmeza en los principios, flexibilidad en la instrumentación de la política y un éxito que atestiguan sus casi dieciséis años de continuidad. 

En 2005, la Merkel candidata daba otra impresión. Ante un Gerhard Schroeder desgastado, partió de una posición confortable de liderazgo sobre la socialdemocracia gobernante para terminar imponiéndose al final en una elección muy ajustada, en la que fue perdiendo apoyos por presentar una plataforma económicamente liberal con tintes bastante extremos. Uno de sus gurúes económicos proponía eliminar cualquier tributación a los ingresos (de tipo progresiva) y reemplazarla por un solo, grande y abarcativo impuesto al consumo, junto a un gran plan de recortes del gasto público. Sería un gran aprendizaje para la primera canciller mujer y la primera nativa de la vieja república comunista de la parte oriental.

Desde aquella primera victoria, y lejos de aquel perfil ideológico que esbozó en la campaña, Angela Merkel gobernó con pragmatismo y, en tres de cuatro mandatos, lo hizo en coalición con los socialdemócratas, el otro gran partido histórico y su principal rival electoral. En esos tiempos, Alemania pasó del estancamiento al crecimiento, el desempleo se ubicó por debajo del 5% y tuvo superávits gemelos en todos los años, a excepción del último, cuando la pandemia obligó a no reparar en gastos para compensar las pérdidas por la movilidad restringida. El país germano se destacó, una vez más, por sus buenos resultados sanitarios y los indicadores de recuperación económica señalan que lo hará mejor y más rápido que sus vecinos.

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Si Angela Merkel no tuvo dudas de ir hacia el centro -y a veces, incluso, a la centroizquierda- a buscar gobernabilidad y resultados, no fue por falta de principios sino porque, descontada la economía de mercado, los más importantes no se relacionaban con cuestiones de coyuntura económica. 

Sus gobiernos fueron convencidamente europeístas aun en tiempos de crisis europeas. Las  recetas de austeridad con las que enfrentó las dificultades en los países del sur al inicio de la década merecen enormes cuestionamientos. Sin embargo, a la luz de los resultados, cumplieron un objetivo del que muchos analistas dudaban incluso como posible. Mantuvieron dentro del euro tanto a los países ricos del norte -que debieron destinar recursos de sus presupuestos a los salvatajes- como a los exigidos países del sur. ¿Había fórmulas mejores? Casi con seguridad, aunque la mejoría se hubiera notado en los países del sur y no en una Alemania donde las mayorías estaban en contra de rescatar a los socios «pródigos». Diez años después, ante una crisis aun más profunda, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, lideró una respuesta europea a la pandemia que movilizará recursos comunes que superarán holgadamente el billón y medio de euros. Una vez más, no hay destino para Alemania fuera de la región.

El otro gran principio de su gestión se vincula al significado de la democracia liberal y los valores que le son intrínsecos. Merkel rechazó seguir el camino de los líderes de centroderecha en España, Austria, Noruega o Finlandia que, para gobernar, cavaron trincheras con la ultraderecha xenófoba y, por el contrario, sus trincheras se cavaron en contra de aquellos. Cuando un líder provincial de su partido aceptó llegar al gobierno regional con los votos de Alternativa por Alemania, Merkel intervino públicamente para revertir la decisión, aunque aquello significara que su espacio quedaba fuera del gobierno regional, que pasaría a manos de Die Linke, el partido de los herederos del comunismo. Incluso estos gestos palidecen ante la decisión de  permitir la llegada de cerca de un millón de refugiados que pudieron dejar atrás la matanza siria y establecerse en Alemania, aun frente al rechazo de la mayoría de sus votantes.

Por último, bajo el liderazgo de Merkel, los alemanes pudieron impulsar sus intereses nacionales sin renunciar a sus alineamientos. Con la mirada política estratégica puesta en el seno de Europa -y enmarcada para su defensa en la OTAN-, pudo consolidar una relación pragmática y mutuamente beneficiosa con Rusia y expandir enormemente las relaciones económicas con China. Habrá que decir, al pasar, que Alemania también sería el principal beneficiario del acuerdo comercial con el Mercosur, si este fuera a ratificarse. Desde esa Alemania, que establece relaciones comerciales con todo el mundo, ha desarrollado, de manera consistente, medidas estatales de política industrial, nacionales y europeas, y de acompañamiento, promoción y preservación de las empresas alemanas.

Interés nacional, integración regional, liberalismo democrático y un pragmatismo que privilegia la interlocución con los rivales políticos que son, a su vez, socios en la preservación de los valores sistémicos fundamentales. 

El volumen político de Merkel es incluso más importante que la coincidencia o la falta de ella con su rumbo ideológico. Ese volumen político, hace que su proyecto tenga una racionalidad y capacidad de instrumentación que es digna de atención. Su autoridad es performativa.

En un mundo donde los liderazgos ejemplares escasean y suelen dar, además, malos ejemplos, es posible que la figura de Angela Merkel mantenga su estatura aun lejos del poder. Ya sin los apremios de la coyuntura, la todavía canciller de la República Federal de Alemania podría ocupar un liderazgo, a la vez, moral y europeo, en un contexto global de enormes desafíos que lo necesita más que nunca.

Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.