Apágate breve llama

Estados Unidos ganó sobre la hora su batalla con China. Argentina en retraso.

“Los Juegos Olímpicos son concursos entre individuos y no entre países”. El millonario estadounidense Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), lo reafirmaba en 1954 enojado porque en esos años de Guerra Fría las superpotencias trasladaban su batalla a los Juegos. Era una afrenta para el ideal olímpico, que suponía ingenuamente que los Juegos debían evitar toda contaminación política. Brundage afirmó en su discurso de 1954 que los Juegos no debían exponer entonces de ninguna manera el “prestigio nacional” de los competidores. Esa, afirmaba Brundage, “es la razón por la cual el barón de Coubertin, cuando restableció los Juegos, decidió juiciosamente que no habría ninguna clasificación oficial por naciones”. El barón y sus seguidores decían una cosa. Pero el mundo hacía otra. En cada Juego la prensa publicaba una tabla de medallas. Medalla dorada para el primero, plateada al segundo y bronceada al tercero. Ganaba el que acumulaba más oros. Y ese ganador, casi siempre, era Estados Unidos.

Pero dos años después, en los Juegos de Melbourne 1956, irrumpió la entonces Unión Soviética, que conquistó el primero de sus seis medalleros. No fue lo único. En 1976, Juegos de Montreal, apareció también la RDA (la entonces República Democrática Alemana, una mezcla de fuerte cultura deportiva y mucho doping). Estados Unidos quedó desplazado a un inédito tercer lugar. Pero la RDA dejó de existir en 1990 tras la caída del Muro. Y en 1991 se disolvió la URSS. “El fin de las ideologías”, vaticinó Francis Fukuyama. Sin la URSS y la RDA, la batalla olímpica “capitalismo vs comunismo” se redujo a “Nike vs Reebok”. Y EEUU, claro, volvió a dominar el medallero olímpico. Hasta que un día apareció China.

LO IMPORTANTE ES EL ORO

El primer gran golpe fue en los Juegos de Pekín 2008. Pero con la ventaja de que fueron en casa. En los Juegos que concluyen hoy en Tokio, China lideró el medallero casi desde el inicio y lo siguió haciendo hasta la medianoche del sábado. Estados Unidos revirtió la situación, por apenas una medalla de ventaja, este mismo domingo, justo en el cierre de los Juegos. Fue un alivio para la prensa de Estados Unidos. Porque todos los días que China lideró el medallero, hasta los reputados The New York Times y Washington Post dijeron exactamente lo contrario. Que Estados Unidos iba primero. Para ello, modificaron el sistema tradicional de conteo de medallas. Dejaron de ubicar primero a quien acumulaba más oros (China) y pusieron en cambio a quien sumaba más medallas en total (Estados Unidos). La cadena NBC, botín principal del COI y cuya audiencia cayó varias noches a la mitad respecto de Río 2016, también cambió el sistema de conteo. Lo importante era que siempre estuviera adelante Estados Unidos. Lo importante no es competir, como también pedía el barón. Lo importante es el oro.

“Esto, para ser claros, es ridículo”, escribió Dan Wetzel en Yahoo Sports, pese a que ese mismo sitio también publicó su medallero “Made in USA”. “Si los tres primeros puestos fuera iguales entonces los tres recibirían medallas de oro”, agregó Wetzel. The New York Times informó a sus lectores que había “dos sistemas distintos de conteo de medallas”, en lugar de decir que, en rigor, hay un sistema universal y que el otro sistema solo es aplicado arbitrariamente por la prensa de Estados Unidos. “Depende de usted decidir cuál es el mejor”, escribió Josh Katz. También omitió decir que el COI, organizador de los Juegos, es decir, voz autorizada, ahora sí publica el medallero oficial (traición para el pobre Coubertin) y en esa cuenta lidera el oro. “Se supone que The New York Times es tal vez el diario más importante del mundo y está quedando como un diario de provincia”, criticó uno de los cientos de lectores que replicaron a Katz. Algunos recordaron que el criterio “Made in USA” ya había sido aplicado antes. Pero una simple revisión al medallero de Río 2016 muestra que no fue así. Otro lector fue más directo: “¿si China ganara 99 oros y Estados Unidos 100 bronces, The New York Times insistiría colocando primero a Estados Unidos?”.

Temerosa de que China triunfara en Rusia, la prensa de Estados Unidos comenzó a publicar también numerosos informes sobre la preparación del rival. Ya no estaba la URSS. Y Rusia compitió diezmada y sin nombre propio, himno ni bandera, condenada por un doping de Estado que fue investigado por el FBI. La nueva Guerra Fría pasó a ser con China. Comunistas, robots, niños adoctrinados desde la infancia y sospechados de doping. Otra vez lideró el relato The New York Times. Un artículo de Hannah Beech provocó escozor en los propios lectores del diario. “La línea de montaje de deportes de China está diseñada con un propósito: producir medallas de oro para la gloria de la nación”. Beech habló de decenas de miles de niños separados de sus familias (especialmente niñas de familias rurales) para entrenarse a tiempo completo en más de dos mil escuelas deportivas administradas por el gobierno. El artículo terminó recurriendo al viejo tópico de atletas deshumanizados. Decenas de foristas respondieron recordando que en Tokio había atletas chinas ya recibidas en medicina, administración de empresas y otras áreas. Y apuntó contra la “ignorancia” de Occidente sobre otras partes del mundo a las que solo describe con sus habituales estereotipos. Los más críticos recordaron que, en rigor, en los últimos tiempos fue en Estados Unidos donde cientos de gimnastas menores de edad fueron abusadas durante años por un médico federativo (Larry Nassar) ante la pasividad de todas las autoridades y hasta del propio FBI, que cajoneó las primeras denuncias. Nadie habló allí de “abuso de Estado”.

ARGENTINA Y SU FIESTA MINIMA

Si China fuera efectivamente una “máquina” tan implacable, advierten especialistas, ya debería haber superado a Estados Unidos con el simple argumento de su población (1.400 millones de personas, cuatro veces más que su rival). China entró tarde a la competencia y participó en apenas 11 Juegos Olímpicos. Estados Unidos en 29. A Tokio 2020, Estados Unidos envió además más atletas que China (613 contra 431). Universales, los Juegos contemplan que todos los continentes estén representados. Si la competencia fuera exclusivamente entre los mejores atletas, sin distinción de país, los Juegos tendrían entonces presencia masiva de las principales potencias. El medallero, desde siempre, está dominado por esas naciones. El resto celebra triunfos aislados. En ese rubro figura Argentina. Con su deporte desfinanciado primero en el gobierno de Mauricio Macri (perdió más de la mitad de su presupuesto) y descuidado ya en pandemia por la gestión de Alberto Fernández, Argentina, que despidió a dos gigantes (Luis Scola y Paula Pareto), cumplió su peor actuación en casi tres décadas, con una plata y dos bronces, todas en su buena tradición de deportes en equipo (subieron al podio el hockey femenino y el vóley y el rugby masculinos). Brasil, con el empuje de Río 2016, logró en cambio un record histórico de 21 medallas (7 de oro).

Hay sistemas de trabajo, políticas y cultura deportiva, fenómenos aislados y presupuestos mejores o peores que pueden explicar también el reparto final de medallas. Nueva Zelanda y Cuba, por citar dos casos precisos, quedaron cerca del top ten del medallero final. Ambos tienen poblaciones pequeñas para estar allí y distinto poderío económico. Los dos países, eso sí, tienen una política deportiva. Y otros detalles: la natación, por ejemplo, entregó 108 medallas y, se sabe, es una disciplina que requiere de una infraestructura difícil de conseguir para naciones pobres. Kenia y Jamaica explican su buen medallero a partir de sus formidables fondistas y velocistas, pero eso jamás podría indicar que tienen mejor deporte que otros países que quedaron más retrasados en la clasificación. Bermuda, sino, sería líder mundial porque ganó un oro con apenas 63,000 habitantes. ¿Y San Marino, con menos de 40.000 habitantes que envió cinco atletas y ganó tres medallas? Aun con todos sus problemas, y en medio de una elite inevitablemente discriminadora, los Juegos son la máxima expresión inclusiva en el alto rendimiento del deporte. Otra vez hubo record de mujeres. Record de diversidad con atletas LGBTQ. Y, entre tantas sorpresas, el triunfo inédito de velocistas italianos, inmigrantes que, como muchos otros, habrían sido muchos de ellos expulsados del Primer Mundo si no fueran excelentes atletas.

EL LEGADO OLIMPICO

Hay, eso sí, un record que Japón lamenta. Sus atletas celebraron decenas de éxitos y un notable tercer puesto en el medallero final (como en Tokio 64 y México 68). Y hubo fiesta en el cierre con el triunfo del béisbol ante Estados Unidos. Euforia y llantos. Escenas repetidas en diecisiete días de emociones y frustraciones. De miles de atletas de más de doscientos países que llevaron años de preparación y últimos meses de encierro y limitaciones por la pandemia. Y campeones que desnudaron su vulnerabilidad y renunciaron apenas antes de la competencia. Pero el record que lamenta Japón es el del gasto de los Juegos , cerca de 15.000 millones de dólares en cuentas oficiales, pero que algunos sugieren que terminará llegando al doble, con un rojo enorme para el país porque la pandemia obligó a competir con tribunas casi vacías. La burbuja olímpica no impidió cerca de cuatrocientos casos entre atletas y personal vinculado. Leo que la población de Tokio, mayoritariamente opuesta a los Juegos, se queja ahora del “legado”. En los diarios los foristas hablan de impuestos más altos porque habrá que pagar la fiesta y recuerdan que el Covid 19, que un mes atrás registraba 920 contagios en Tokio, ahora subió a un record de cinco mil casos diarios.

Escribo y ya se viene la ceremonia de clausura. Se apaga el fuego olímpico en el Estadio de Tokio y leo a otro ciudadano enojado en el Japan Times que cita a Macbeth. “¡Apágate, apágate breve llama! La vida es una sombra que camina, un pobre actor que en escena se arrebata y contonea y nunca más se le oye. Es un cuento que cuenta un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”. El diario anuncia que se acerca a Tokio el tifón Mirinae, con vientos de hasta 108 kilómetros por hora. Como dice el lema olímpico, amenaza con soplar “más rápido, más alto, más fuerte”. El gigante publicitario japonés Dentsu, aliado eterno al poder, cierra sus cuentas. Y el COI celebra “misión cumplida”. Supone que los Juegos nos avisan sobre un mundo mejor.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.