Amores como el nuestro

Historia de Maxi Rodríguez en Newell’s. Un homenaje en el marco de su retiro del fútbol.

Hola, ¿cómo estamos?

1- Falleció el increíble José Pablo Feinmann. Un tipo que nos enseñó todo. Repito: todo. No se pierdan esta charla. El comienzo es de fútbol.

2- Un grupo de hinchas de Independiente formó el espacio Rojos por la Memoria. Su leitmotiv es: “Hagamos como el Bocha, juguemos de memoria”. Están buscando casos de socixs que estén desaparecidos por el Terrorismo de Estado. La idea es restituir su identidad societaria. Si sabés de algo, escribí a [email protected].

3- Adriana Acosta fue una jugadora de hockey de Los Andés y de la selección argentina. La dictadura la desapareció. Hoy, a las 11, en Castelli 1396, Lomas de Zamora, señalizarán la esquina donde vivió. Será un acto hermoso. Si andás por ahí, no te lo pierdas.

Amores como el nuestro

Tabique grueso y cejas florecidas. A esas fisonomías, las lágrimas se les notan en las palabras que se atragantan. No deja de ser un señor de cuarenta. Aunque, todavía, su apodo sea el diminutivo de su nombre. Está en el predio Malvinas Argentinas. La primera vez que lo pisó tenía menos de tres años. Su abuelo Pichi lo trajo para que amara los colores. Esa imagen se le repite como un bello taladro: llegar, agarrado de una palma de una mano más grande que la de él, a un lugar soñado. Ni existía su categoría en ese predio de inferiores rojinegras. Ahora, en la quinta vez que lagrimea en un rato de deambular por su historia, explica que es una enfermedad lo que siente. El apodo de leprosos nació porque a principios del siglo XX la institución realizó un evento benéfico en el Hospital Carrasco, especializado en esa enfermedad infecciosa. Los de Rosario Central los bautizaron así. La idea de una bacteria incurable resultó poética. El amor lleva una vida hallando metáforas para explicarse. El caso de Maxi Rodríguez y lo que lo conmueve podría resumirse de otra manera. Una tarde de 2012, se enteró de que su club comenzaría último en el promedio de descensos y le comunicó a Liverpool, el dueño de su pase, que se iba.

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Que Newell’s lo necesitaba.

“Mirá si nos va mal”, le reclamó un compañerito. Le faltaban veintiún años de carrera en Primera División para poder demostrar que esa baraja no existe en su mazo. “Hay que jugársela”, replicó. Compró dos aerosoles. Uno rojo y uno negro. Cayó en el vestuario del Gigante de Arroyito. Su entrenador, Chiche Lutman, papá del poeta Kurt, lo fichó con cara de enojado. Disputaban una final de inferiores contra el máximo rival de la ciudad. Maxi había decidido que no alcanzaba con el tono de la camiseta. Había que pintarse el cabello. El problema era que, a los veinte minutos, la transpiración había migrado los tonos del pelo al rostro. Vencieron 2-0 y conquistaron el título.

De Pichi heredó el amor por el club y la forma de arrugar la nariz. Su viejo se tomó el palo cuando nació. Su mamá, Claudia, laburaba quince horas por día en un hospital. Vivía prácticamente en lo de sus abuelos. Daba una mano con la verdulería familiar. Ser Rodríguez y ser de Newell’s es una línea indiscutible de la vertiente materna. El manto rojinegro nunca deja de ser una cuna. Tanto que Petete, su tío, todavía es el entrenador de la cuarta división del club. Este año, esa categoría se consagró bicampeona. Sus primos, Denis y Alexis, también vistieron la camiseta de la institución. 

“Recuerdo la presencia de su abuelo en todos los partidos”. Guillermo Marino, hoy entrenador alterno de Defensa y Justicia, compartía la categoría 81. Memoriza aquel equipo de inferiores como una gran familia. Todos los viernes, como ritual, picaban unos salames que él traía desde su pueblo. Los sábados salían a la cancha. Como Maxi cayó al club de tan niño, disputó en infantiles partidos para categorías más grandes. Por esos años, lo apodaron Fiera. “Es que yo corría para todos lados. Capaz ni tocaba la pelota, pero iba sin parar”, explica, jocoso, a la distancia.

Las paredes le hicieron sentir el amor por Newell’s. La pelota, con el profesionalismo. En séptimo grado, discutió con una maestra. Partirían rumbo a las Cataratas de Iguazú por el viaje de egresados. Anunció que se bajaba. Debía vestir los colores de Newell’s. “Pero vas a jugar un día, ¿y los otros?”, lo increpó la docente. “No me interesa, prefiero esta final”, batió. Ganaron. No sería ni la primera ni la última vez en que Maxi abandonaría todo por vestir esos colores. 

Eduardo López presidió el club entre 1994 y 2008. “Newell’s es un club de fútbol y todo lo otro está de más”, argumentaba. Un árbol gigante en medio de una pileta simbolizó su abandono al rol social. Utilizó a la barrabrava como su fuerza de choque y como sus testaferros: sobran los casos de pibes de inferiores obligados a ser representados por señores que el fin de semana se subían en el paraavalanchas. Con el primer representante de Maxi tuvo una gran pelea y la consecuencia devino en mandarlo a préstamo a Talleres de Córdoba. Las condiciones en la T resultaban bastante buenas. Algo faltaba. Rodríguez llamó al mandamás. Le pidió volver. La respuesta fue categórica: “Venís vos, pero sin tu representante”. Dejó a su agente: “Necesitaba estar en el lugar en donde era feliz”.

En sus primeros años como juvenil, ejercía el rol de delantero. Su físico no pintaba para ser el de un nueve de área. Jorge Theiler y Jorge Pautasso le propusieron que jugara de mediocampista. “Si no te adaptás, volvés arriba”, le prometieron. Maxi poseía facilidades de desplazamiento, herramientas de disputa, brillantes controles, excelentes pases y geniales tiros de media distancia. A los técnicos les picaba un presentimiento de que ahí funcionaría. Le encantaba marcar goles. Se ocupó de que nunca le faltaran. Se acaba de retirar con 99 gritos en su haber. En el profesionalismo, es el segundo máximo artillero de la historia de la entidad, detrás de Víctor Rogelio Ramos.

Los ojos no le apuntaban. Recuerda todo. Estaba en el césped del Coloso haciendo jueguitos. Intervenía como parte de la escenografía con la que Newell’s le ofrendaba la bienvenida a Maradona. Un amistoso contra Emelec. Que se recuerda como uno de los eventos folclóricos más grosos de Rosario. Hasta Lionel Messi, de seis años, estaba en la tribuna. Ni siquiera en Sudáfrica 2010 Maxi pudo acostumbrarse a tratar de igual a igual a Diego. Disfrutó de los cinco encuentros que el máximo 10 vistió la casaca rojinegra. Tanto como le sucedió con el conjunto de Marcelo Bielsa de finales de la década del ochenta: “Vivíamos prácticamente en el club. Terminábamos la práctica y nos íbamos a los parrilleros. Después, espiábamos los entrenamientos. El Loco es nuestro máximo ídolo”. Tuvo suerte -y talento- para que el entrenador de Leeds lo convocara en 2002 como sparring del equipo que se preparaba para ir a la Copa del Mundo de Japón. No podía creer estar escuchándolo. 

El futbolista al que más recuerda es Julio Saldaña. Con el mediocampista o marcador de punta de rulos lo unía un mismo estilo de ejercer la profesión en el campo. Lo alentó desde la tribuna en los campeonatos obtenidos en 1991 y en 1992. Compartieron plantel desde 1999 hasta 2002. Hubo una tarde hermosa. El 11 de febrero de 2001, Newell’s aguardaba a Los Andes. Un contragolpe. El ídolo quedó recostado sobre la izquierda. Tocó para adentro al ver que el pibito galopaba por el centro. Ni lo dudó. Maxi hizo su truco con el empeine y, de primera, la bocha se clavó en el ángulo. Dio una pirueta en el aire. Cayó al piso y, detrás suyo, aterrizó Leo Ponzio, uno de sus mejores amigos de la pelota. Con quien no sólo fue campeón del mundo Sub 20 en 2001, con la Selección, sino que también se retiró en este 2021 de múltiples despedidas. 

Había debutado en 1999. “El día anterior, no podía dormir de los nervios y del cagazo que tenía”, rememora. El rival era Unión. La primera pelota que tocó le abrió la boca a los espectadores: habilitó a Juan Pablo Vojvoda para el 1-0. “Yo sentía que ya estaba, que ya había cumplido el sueño”, explicó. Pero Maxi siempre estuvo por encima de sus promesas. En la sexta fecha de la temporada 2016/2017, en el minuto 93, el clásico se moría en 0-0. El arquero canalla, Sebastián Sosa, dio un rebote hacia un costado. Como los manuales indican. La Fiera recibió casi sin ángulo. El disparo lucía imposible. La clavó. A la semana, había casacas alusivas por todo Rosario, con el horario exacto del acontecimiento. “Ya me puedo retirar tranquilo”, le confesó a sus amigos. Tardó cinco años en cumplirlo.

La otra promesa fue la misma. Newell’s arrancó en el último sitio de la tabla de los Promedios. Cifras calcadas a las de Independiente. El retorno de Maxi estaba acompañado de figuras como Nacho Scocco -con quien ahora compartirá plantel en Hughes, en el amateurismo-, Lucas Bernardi y Gabriel Heinze. El Tata Martino había sido de los pocos que no lo había apretado con su vuelta. Todo lo contrario: le sugería que se tomara el tiempo necesario. Al poco tiempo, campeones. Con una condición un tanto extraña. Los subcampeones River y Lanús no lograron sumar puntos. El plantel leproso viajaba a Chaco para disputar un encuentro por Copa Argentina. Un resultado los consagró. Maxi encaró al entrenador y fue sincero: “Es la primera vez en mi vida en que no quiero jugar”. Toda la vida había soñado con estar festejando un campeonato así. Con su familia, con sus amigos, con toda su gente.  

Su pasión por el club siempre fue un tornillo a Rosario. En 2002, cuando apareció la oferta del Espanyol de Barcelona, el presidente López lo apretó para que se fuera. Él no estaba del todo convencido. Su familia no lo empujaba, pero la venta aconteció como una buena excusa para poder remodelarle la casa a su abuela. Una edificación tan famosa en la ciudad que, en dos oportunidades, en la previa y en el post de un clásico, fue baleada. Aquel acontecimiento marcó una de las decisiones más tristes que debió tomar: entre 2017 y 2019, migró hacia Montevideo y vistió la camiseta de Peñarol. No podía lidiar con la envergadura de esos violentos episodios. 

El Newell’s del Tata que se coronó en 2013 marcó una época. “Cuando terminaban los partidos, los rivales nos decían que ojalá saliéramos campeones”, confesó la Fiera. El nivel de aquel 4-3-3 era tan delicioso que Martino terminó contratado por el Barcelona por las similitudes en la forma de juego. Fue un sueño. Maxi tomó la decisión de regresar al mismo momento en que Liverpool le ofrecía un contrato para poder seguir. Diego Simeone, desde el Atlético Madrid, quería tentarlo para que desembarcara, nuevamente, en terreno colchonero -vistió esa casaca por cinco temporada, entre 2005 y 2010, con 154 partidos y 44 goles-. Un impulso puede ser algo algo inexplicable. “Mi corazón dictaba que Newell’s me necesitaba”, todavía dice. En este caso, la frase es medio imposible.

Su corazón y Newell’s, la verdad, son lo mismo.

Así que le robo unas palabras que no dijo en 2012: “Yo necesitaba a Newell’s”.

Pd: Sé que te estarás preguntando cómo puede ser que se hable de Maxi Rodríguez y no de su golazo a México, en 2006. Este texto intenta reflejar el amor incondicional de un tipo por sus colores. Pero vos no tenés la culpa de mi foco, así que te dejo un detalle que espero que tomes a modo de regalo:

En el Espanyol, Maxi compartió plantel con el Cholo Posse. Con el ex delantero de Vélez forjó una enorme amistad. En un asado, le presentó a Lionel Messi. El 10 todavía era un desconocido, pero a la Fiera le habían hablado en Newell’s de un pibito que en el predio de Malvinas Argentinas se pasaba a los rivales como si fueran conitos. Armaron una amistad que continúa al punto de que Leo le envió un video por su retirada como futbolista.

Hubo un instante, sin embargo, en que no se llevaron del todo bien. La jugada del golazo contra México comienza en los pies del 10, que para esa época vestía el 19. Baila con la pelota entre los tobillos desde la mitad de cancha. Desde el sector derecho. Arranca hacia el medio. Se la toca a Juan Román Riquelme. Le devuelve la pared. La abre para Juampi Sorín. Que mete un cambio de frente impresionante. Messi acelera por el centro. Comienza a gritarle a Maxi que se la pase. La Fiera la acomoda con el pecho y, cuando va a patear, el rostro de Leo se desfigura. Sus ojos desaprueban que no se la esté pasando. Es un instante. El zurdazo se clava en el ángulo. Nuestras gargantas explotan. Nunca dejes de recordarlo.

Pd2: Sí, el penal contra Holanda. Vamos, Maxi. Vamos por la final del mundo.

Pizza post cancha

Esto fue todo. 

Esta semana en Cenital salió un Dossier del 2001 que es una locura. No entiendo nada si no vas a la web a leerlo.

Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.