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Liberales, tecnócratas, libertarios, youtubers: ¿todo lo viejo es nuevo otra vez?

Es imposible por estos días abrir un diario, entrar a un sitio de noticias o clickear en una revista sin ver una nota o un perfil dedicado a algún libertario o representante del macrismo extremo. El encuadre es siempre el mismo: “No estamos de acuerdo y no lo votaríamos, pero miren qué fascinante que es”. Y continúa: “Puede ser misógino, antisemita, antivacunas, predicar el darwinismo social más descarnado, pero nadie puede negar que tiene algunos argumentos y que ahora sí están convenciendo a la sociedad”. Se nos describe con admiración su manejo de las “nuevas tecnologías”, de “las redes”, y se nos alerta que “tiene millones de seguidores en Youtube”. Se nos dice que son antisistema, que conectan con la juventud, que expresan rebeldía, que dan vía al desencanto, que tienen visión de futuro. La cobertura tiene una mezcla de alarma, distanciamiento irónico y celebración de la pura novedad. Se ha decretado que la nueva derecha será “la gran ganadora” o “la sensación” de las próximas elecciones que (hay que recordar) aún no sucedieron.

Esta nueva derecha, sin embargo, sería algo así como post-nueva derecha o nueva-nuevaderecha. En sólo cuatro años, lo que era nuevo se transformó en ¿viejo?, y lo nuevo se ubicó en otro lado. Vayamos más lejos todavía. Año 1985. Medios de comunicación se hacen eco del triunfo de UPAU, la organización estudiantil ligada a la UCeDé, en la Facultad de Derecho de la UBA. Año 1992: una revista pone en tapa la nota: “Triunfa, gana en las encuestas, será intendente”, y dice: “En mi casa manda mi marido”. La entrevistada es Adelina D’Alessio de Viola, emergente dirigente de la UCeDé que entonces es presentada como joven, mediática y aspiracional. Año 2015. Nos presentan a referentes del PRO como Piter Robledo como una de las caras de la nueva derecha. 

No se trata simplemente de decir “la nueva derecha no es nueva” o que no puede protagonizar éxitos políticos y electorales -¡Claro que puede! ¡Lo ha hecho!-. Esto sería un argumento pueril y pedestre. Pero nada es nunca totalmente nuevo en política y nunca nada es totalmente viejo. Claramente, Milei no es Adelina. 

Se trata aquí de reflexionar algo más en profundidad sobre lo que nos indica la recurrencia de ciertos marcos interpretativos y ciertas matrices de sentido que se repiten una y otra vez. ¿Por qué resurge repetidamente, como las mareas, una ola de interés sobre lo nuevo en la derecha cada tantos años? ¿Por qué no existe una fascinación idéntica con otras identidades políticas de izquierda, o feministas, o comunitarias? ¿Por qué lo nuevo puede sólo ser de derecha? ¿Por qué se repiten conceptos como juvenil, aspiracional, nuevas tecnologías, irreverente y hasta “popular”? ¿Por qué, al mismo tiempo que se subrayan los innegables elementos novedosos, se ignoran los también innegables elementos que marcan poderosas continuidades con el pensamiento y la práctica política de la tradicional derecha argentina? Incluso llama la atención que asombren más estos «emergentes» que la ausencia de un proyecto político robusto y exitoso de esta misma derecha a pesar de los discursos (y recursos) de los que dispone. 

El ciclo narrativo para un conjunto de analistas y estudiosos se repite una y otra vez. La (nueva) derecha siempre está por triunfar o ha triunfado, porque en tiempos de crecimiento económico encarnan la demanda por lo que falta y en tiempos de crisis empatizan con el enojo y el dolor. Siempre está reuniendo fragmentos heterogéneos con gran destreza, novedad y vitalidad, aunque estos fragmentos conformen una y otra vez la misma coalición. Siempre expresan fuerzas democráticas, aunque colaboren con gobiernos golpistas enviando insumos para reprimir o reivindiquen sus “golpes de estado favoritos” públicamente.  Además, las nuevas derechas logran expresar las aspiraciones de ascenso social de las clases medias y los sectores populares, aun cuando los salarios reales bajen sistemáticamente cuando las nuevas derechas gobiernan. Por último, son siempre un movimiento “de abajo hacia arriba” y que se da por “canales alternativos” que nadie previó, por más que sus figuras se pasen años casi a diario en los medios de comunicación, en las revistas del corazón, en los programas deportivos.  

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El análisis de las nuevas derechas tiende, además, a desestimar los elementos de continuidad que portan estos actores, amplificando lo más posible los puntos de ruptura. Aun cuando aparezcan elementos de una coalición agroexportadora vinculada a un capital financiero que siempre pide más desregulaciones desde la década del 70, hay que entender que se trata de algo más amplio, diverso y complejo. Idéntica lectura se traslada al análisis sociológico de quienes integran estas nuevas derechas. Apellidos como Bullrich, Peña Braun, Braun, Prat Gay, Blanco Villegas, Pinedo, entre otros nombres caros a la fundación del país, nos dicen que deberían hablarnos, a priori, de un partido conformado íntegramente por herederos. Ellos también tienen sus plebeyos, nos dicen. La idea de nación de estas nuevas derechas también es a menudo juzgada como diversa. Es una idea de nación que ya no es excluyente, se dice. Sí: más individual, más liberal, pero no excluyente. Los elementos de continuidad discursiva propiamente de derecha como la misoginia, el antisemitismo, el darwinismo social, el antiindigenismo, quedan desdibujados detrás de los elementos “modernizantes” de la retórica de las nuevas derechas. Ni hablar cuando se nota la menor participación de mujeres, de personas racializadas, de personas pobres, de cuerpos diversos en esas coaliciones. 

No importa si es la destitución de Dilma Rousseff, la derrota de Cristina Kirchner en unas elecciones para el Senado, el encarcelamiento amañado de Lula Da Silva, el golpe contra Evo Morales o una caída en las encuestas de la aprobación de Alberto Fernández, el progresismo y el campo popular siempre está perdiendo, dividiéndose, desgajándose y autoinflingiéndose derrotas. Y sea Francisco De Narváez, Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Luis Fernando Camacho o Javier Milei, la derecha siempre está “conectando”.  

Sin embargo, aunque haya accedido al poder en cuatro de las últimas cinco elecciones presidenciales, el peronismo y lo que lo rodea siempre está perdiendo potencia, siempre está en una larga agonía que “ahora sí” será la última, siempre está actuando de manera conservadora, sin -nunca- plantear “una visión de futuro” ni tener capacidad de comprender las nuevas demandas o renovadas frustraciones. Sobre todo, las recurrentes nuevas derechas siempre son culpa del peronismo. No es que aparecen porque hay una cantidad importante de personas que son y se sienten de derecha, no. Surgen porque el peronismo es muy autoritario, o demasiado débil; porque el poder está demasiado concentrado en Cristina Fernández, o porque está demasiado repartido entre varios; porque el peronismo está fracasando, o porque su éxito hace temer una nueva hegemonía. Esto repite una matriz de pensamiento recurrente, que es que en la historia argentina es el peronismo el único que tiene verdadera agencia y autonomía política: el peronismo se mueve y la derecha sólo reacciona

El peronismo además, siempre está conservando un mundo de orden y en falsa escuadra. Pero cuando mueve la estantería y, por ejemplo, aprueba la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo con los votos de sus senadores del interior, en contra de los diputados cosmopolitas de la Capital Federal, allí no hay nada que analizar.

Ahora, eso sí: lo que sí merecerá impugnación en el espacio público es el ataque frontal a estas expresiones de derecha que vaya si existen, vaya si preocupan y vaya si requieren todos los análisis cuantitativos, cualitativos y teóricos con los que podamos contar. Sean las múltiples resistencias al macrismo, sea la panelista Sol Pérez enrostrándole a Javier Milei que, en definitiva, serán los médicos de la UBA, “los mejores”, los que querrá que lo traten si tuviera alguna afección, o sea la investigación colectiva “La Reacción Conservadora”, las miradas “poco románticas” que enfrentan las expresiones más corrosivas de derecha suelen recibir ataques de todo tipo, les falta “lucidez” y reúnen pocas solidaridades en el espacio público. 

El día que las elecciones sucedan se confirmarán unas hipótesis que ya estaban escritas previamente. «Los libertarios» pueden sacar 5 puntos, 10 puntos o 15 puntos y la conclusión será la misma: es un fenómeno nuevo que «no hay que subestimar». Porque subestimar lo trajo «hasta acá», siendo hasta acá lo que sea: 15 puntos en CABA, o 5 en PBA, o un diputado más, o uno menos.

Lo importante es eso: que esa nueva derecha no es un desprendimiento de una derecha que fracasó, económica, política y electoralmente, sino que es un error del campo nacional y popular, que no supo cómo conectar con ellos, que no sabe cómo interpelarlos, que no habla ese idioma. Como si las elecciones arrancarán con un 100% de los votos a favor del peronismo y este, luego, los fuera perdiendo a golpes de subestimación e incomprensión de un electorado que, vaya a saber por qué motivos, le pertenecería legítima y previamente.  

Estudiemos las derechas con todos los métodos que nos ofrecen las Ciencias Sociales y lo mejor de la Teoría Política. Comprendamos todo el sentido que haya en ellas para entenderlas. Revisemos todas las prácticas del campo nacional y popular que haya que revisar. Pero no nos encandilemos y, sobre todo, no dejemos nunca de enfrentar a nuestros adversarios con frontalidad, convicción, decisión y fuerza.



Autores/as, que forman parte del Colectivo Artepolítica:

Tomás Aguerre

Martín Astarita

Pablo Carnaghi

María Esperanza Casullo

Sergio De Piero

Mariano Fraschini

Mariano Montes

Sol Prieto

Nicolás Tereschuk

Federico Vázquez

Abelardo Vitale