Algo murió el viernes

Sergio Moro abandona el bolsonarismo.

¡Buen día!

Es un placer escribirte en la edición número 39 de Mundo Propio, un newsletter que no está emocionalmente preparado para adentrarse en los cuarenta pero dice que lo va a intentar. 

Esta ha sido una semana difícil para los periodistas de política internacional. La difusión del audio de la senadora Felicitas Beccar Varela, en el cual desnuda el “plan estratégico” del gobierno nacional junto al Grupo de Puebla, Cuba y Venezuela para darle un golpe de gracia al capitalismo, fue un balde de agua fría para el sector.

“Es insólito: te pasás toda la semana leyendo como un idiota para que venga una senadora concheta a explicarte todo el quilombo global en tres minutos”, se quejaba un reconocido periodista del gremio en un grupo de Whatsapp. Una corresponsal que se desempeña en Europa pateó el tablero: “Ya está decidido. A fines de mayo dejo el oficio y me vuelvo a casa. Es imposible competir así”. Ya son varias las voces que amenazan con abandonar el barco ante la irrupción de la senadora en la discusión pública de los asuntos globales.

“Una pandemia es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de periodistas. Necesitamos más Felicitas”, se despachó un destacado politólogo desde Lisboa. La crisis es total. 

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Desde Mundo Propio seguiremos dando la batalla, pero quizás tardemos un poco más que tres minutos.

Empecemos por Brasil. 

 ¿POR QUÉ IMPORTA LA SALIDA DE MORO?

El viernes, Sergio Moro dimitió como Ministro de Justicia y Seguridad del gobierno de Bolsonaro y detonó una bomba en el sistema político brasileño. Para un presidente que ya estaba en problemas serios por su (des)manejo en la pandemia, enemistado con gobernadores, líderes parlamentarios y miembros de su gabinete, el salto de Moro inaugura una nueva fase de su presidencia, a la que, para muchos difícilmente sobreviva.

Su salida se produjo luego de la destitución del director general de la Policía Federal (PF). Moro acusa a Bolsonaro de promover el reemplazo para ganar influencia en las investigaciones que lo involucran a él y a su familia. Dijo que tiene pruebas al respecto y ya difundió chats entre ambos que reflejarían las motivaciones del presidente. El Supremo Tribunal Federal (STF) dio luz verde para que se abra una investigación sobre la conducta del presidente y el martes suspendió la designación del elegido por Bolsonaro para asumir la dirección de la PF, un amigo de la familia. 

Hay dos dimensiones de la renuncia que quiero que consideremos hoy. La primera tiene que ver con cómo la salida de Moro y la apertura de un nuevo frente judicial pueden acelerar la caída de Bolsonaro. La segunda, que también va de la mano, es lo que refleja sobre el bolsonarismo y su vínculo con las fuerzas sociales que lo llevaron al poder. Dicho de otro modo: algo se murió el viernes.

¿Qué representa Moro?

Sergio Moro fue el juez que lideró la operación conocida como Lava Jato, que terminó con el encarcelamiento de Lula da Silva y lo convirtió, para buena parte del país, en un símbolo en la lucha contra la corrupción. Moro fue el líder político y moral de un movimiento que fue clave para que Bolsonaro llegara al poder. Sin el descrédito hacia el sistema político en general y hacia el Partido de los Trabajadores (PT) en particular –una de las consecuencias más tangibles de la operación–, Bolsonaro seguiría siendo un diputado de poca monta de los que abundan en el Congreso brasileño. 

Es importante recordar esto, sobre todo para el futuro: el bolsonarismo es una fuerza social, política y cultural que precede y excede a la figura de Bolsonaro que, como los líderes de su tiempo, es mejor intérprete que gobernante. Algo tuvo que pasar para que el proyecto Bolsonaro –apoyado desde foja cero por guarniciones coloridas pero pequeñas de religiosos, empresarios ruralistas y militares y policías retirados– se convirtiera en una alternativa viable para una mayoría del país. Sergio Moro es el máximo responsable de tal articulación. Su incorporación al gabinete, antes que un delivery de poder fáctico, fue un triunfo categórico de quienes insisten en que la política también tiene poesía. Fue la cristalización de un relato. 

La cruzada judicial de Moro, como bien detallaron las investigaciones de The Intercept Brasil, estuvo viciada contra el PT. Chats privados entre juez y fiscales revelaron que Moro estaba activamente comprometido con la dirección de la investigación para dañar al partido y correr a Lula de la competencia electoral. Andrew Fishman fue uno de los periodistas que trabajó en esa investigación, que todavía tiene cientos de chats sin publicar. Llamé a Andrew el martes.

“Moro es uno de los políticos más importantes de Brasil, y muchos piensan que puede ser el próximo presidente. Su imagen de héroe contra la corrupción le aportó credibilidad a Bolsonaro”, me explicó Andrew, que se encuentra encuarentenado en Rio de Janeiro. “Además de llevarse una base de apoyo, Moro dejó en claro que quiere que el presidente sufra. Antes, el argumento más fuerte a favor del impeachment venía desde la izquierda; ahora ya no. Todo lo que diga Moro va a ser escuchado por el establishment, particularmente por medios como Globo, donde Moro es visto como un oráculo de la verdad. Y ya ha dado munición a favor del impeachment”.

Para quienes votaron por Bolsonaro por sus promesas de liberalizar la economía y atacar la corrupción se han quedado casi sin embajadores en el gobierno. Tras la salida del ministro de salud Mandetta y Moro después, el ministro de economía Paulo Guedes quedó como el único representante del ala liberal en el gabinete, que ya venía perdiendo peso en detrimento de las otras dos: la militar, que hoy acapara aproximadamente el 40% de la administración, y la llamada olavista, por su inspirador, el ex astrólogo derechista Olavo de Carvalho –algunos la bautizaron como terraplanista y ciertamente tiene sentido–, donde figuran los ministros más radicales. 

La permanencia de Guedes debe ser seguida de cerca. Hay quienes afirman que ha sido aislado de la gestión económica, que ahora estaría a cargo de los militares, más proclives a salir de la crisis gastando, y que eso aceleraría su salida. Otros se escudan en las recientes apariciones de Guedes junto a Bolsonaro, que le ha dado un espaldarazo en público, como prueba de que el vínculo puede recomponerse. La tendencia opera a favor de la primera hipótesis. 

¿Puede Moro hacer caer a Bolsonaro?

Empecemos por el frente judicial. Fishman destaca tres investigaciones que apuntan contra el clan Bolsonaro y que figuran en el centro del escándalo sobre el cambio en la dirección de la Policía Federal.

  1. La Policía y el Tribunal Supremo identificaron a Carlos Bolsonaro, el hijo del presidente, como el líder de un ejército digital que difundía fake news contra opositores. Eduardo, hermano de Carlos, estaría también involucrado, al igual que una docena de diputados bolsonaristas, acusados de financiar con dinero público las operaciones. 
  2. Otro hijo del presidente, Flavio Bolsonaro, está acusado de lavado de dinero en complicidad con grupos parapoliciales. Las sospechas incluyen la emisión de contratos fantasmas en su gestión como diputado en Río de Janeiro. Allí figuraban como empleados la madre y esposa de Adriano de Nobrega, líder de una milicia criminal de Río que fue asesinado recientemente en un operativo de la policía y que a su vez estaba siendo investigado como uno de los autores en el asesinato de Marielle Franco. The Intercept reveló que ese dinero público se usaba para financiar construcciones de condominios. Michelle, la esposa de Bolsonaro, también habría recibido fondos. La Policía Federal en Brasilia y Río siguen el caso. 
  3. El STF avaló el pedido del Procurador General para investigar la organización de la marcha anticuarentena en Brasilia, en la que Bolsonaro estuvo físicamente, y donde se pidió, entre otras cosas, por una intervención militar para cerrar el Congreso y el propio tribunal superior. Hay evidencias de que diputados bolsonaristas estuvieron detrás de la marcha.

“Son investigaciones que ya estaban en marcha, y tienen pruebas contundentes contra el clan Bolsonaro. Ahora toman otra dimensión si Moro colabora”, me acotó Fishman.

Para comprender si Bolsonaro puede ser destituido pronto hablé con Oliver Stuenkel, profesor de Ciencia Política de la Fundación Getulio Vargas, en San Pablo. 

“En Brasil, el presidente del Congreso solo acepta el pedido de impeachment cuando sabe que va a pasar. Para eso tienes que asegurarte de una mayoría de dos tercios que no solo quiera que Bolsonaro se vaya sino que debe ponerse de acuerdo en quién lo va a reemplazar, que en este caso es Mourao, un militar. Eso implica un acuerdo entre la izquierda y la derecha que hoy no existe. También hacen falta otras condiciones externas, como una crisis económica y gente en la calle apoyando, que hoy no es viable en plena pandemia”, me explicó Oliver.

Para Oliver todavía no están dadas las condiciones para un impeachment, aunque asegura que pueden acelerarse si surgen nuevas revelaciones o si algún actor de peso, como un juez de la Corte Suprema, pide por la apertura de un proceso. Ciertamente la trágica situación sanitaria en la que se encuentra el país para la pandemia tampoco opera a su favor. 

La estrategia de Bolsonaro para sobrevivir a un impeachment ha sido acercarse a lo que en la política brasileña se conoce como Centrão, un conjunto de partidos chicos sin ideología que venden sus votos a cambio de cargos en el gobierno o empresas públicas. Son partidos poco conocidos por el público (aunque algunos colocan al MDB, el partido del expresidente Temer, como parte de esa familia) pero que forman parte del Congreso desde hace décadas. Resulta difícil dimensionar la representación exacta de bancas, pero Oliver dice que tranquilamente podrían tener, en conjunto, entre 15o y 200 bancas, un número clave para bloquear la mayoría de dos tercios. Para esta estrategia, la salida de Moro era condición necesaria. 

“Bolsonaro ha comenzado una estrategia digna de la vieja política. Estos son partidos que han sido condenados por antiguos casos de corrupción como el Mensalão y han sido utilizados por el PT en varias ocasiones”, me apuntó.

La acotación merece detenernos por un instante. Resulta cuanto menos paradójico el hecho de que Bolsonaro, un hijo bastardo de la investigación que prometía limpiar con los vicios y la corrupción del sistema político, termine recurriendo a estas mismas prácticas para salvar su cabeza. 

El problema de negociar con el Centrão, continuó Oliver, es que siempre te terminan traicionando, es como un beso de la muerte. “El vicepresidente puede llegar a ellos y ofrecerles algo mejor a lo que les ofreció el presidente. Esto es lo que hizo Temer, que fue enviado por Dilma para negociar su permanencia”.

Lo último que conversé con Oliver fue sobre los militares que podrían asumir la presidencia si Bolsonaro es destituido. Antes vale recordar lo que hablamos hace unas semanas sobre el hecho de que el acceso de la prensa al campo militar es escaso, y estos no son un bloque homogéneo. 

Para los generales que han apostado por Bolsonaro el estado de cosas encierra un dilema: si continúan apoyándolo hasta el final corren el riesgo de ser arrastrados por su fracaso, perdiendo prestigio. Al mismo tiempo, cualquier maniobra destitutoria que intenten puede despertar un repudio social acerca de su intromisión en la política, quebrando el pacto constitucional. Este dilema estuvo desde el inicio de la apuesta, pero se manifiesta con más fuerza en momentos como este.

“Los militares no quieren ser vistos como los que tumbaron a Bolsonaro –concluye Stuenkel–. Que si asumen es por vías constitucionales y porque es su deber hacerlo. Tienen que evitar que la gente diga que el gobierno es militar”. Cuanto más marginados puedan pasar en la discusión de estas próximas semanas, mejor: “Lo que realmente no quieren es asumir un papel clave. Su buena reputación depende de no estar en el centro de la política”. 

El último punto nos sitúa en la base de apoyo que todavía tiene Bolsonaro. Según una encuesta de Datafolha publicada el lunes, tras la salida de Moro, el presidente mantiene un apoyo del 33%, un número para nada despreciable en la tormenta actual. Otra publicada el día de ayer, por la misma firma, revela que son más brasileños quienes se oponen al impeachment (48%) que quienes lo apoyan (45%).

Estos números son relativos y ciertamente pueden ser cada vez más desfavorables para Bolsonaro mientras la crisis se profundice. Una de las incógnitas es si Bolsonaro puede mantener ese tercio de apoyo con el cual sería más difícil tumbarlo en un escenario como el actual. La otra incógnita es qué podemos esperar de los sectores más radicales de esa base, dado que un escenario en el que se especule sobre la destitución puede incentivar una reacción de estos sectores. 

Creo que una de las cosas que hablamos al principio puede alumbrarnos algo sobre esto. Si la salida de Moro cristaliza el divorcio del bolsonarismo con el movimiento anticorrupción que supo motorizar, no significa el divorcio con el componente antipolítico que se encuentra en el corazón de la operación, y que quizás hasta supera al primero. No por nada los sectores bolsonaristas deslizan en redes sociales –protagonistas ineludibles de la política brasileña– la narrativa de que Moro y su ego han traicionado a una causa que lo supo tener como líder. Bolsonaro bien puede seguir representando ese clima que despertó con el lavajatismo y, como vimos también al principio, tuvo –y tiene– al PT como principal enemigo. Bolsonaro bien puede seguir expresando, o al menos una parte, del antipetismo que sigue presente en el país. Todavía hay quienes creen que el remedio –abrir, como hace apenas cuatro años, un proceso de impeachment en plena pandemia– puede ser peor que la enfermedad.

Es posible que Bolsonaro profundice su debilidad con el correr de las semanas y los rumores destitutivos crezcan. Eso no significa que su presidencia haya terminado, o que vaya a terminar ahora. 

Pero algo murió el viernes. En 2018, Moro, como buena parte del establishment brasileño, vio en Bolsonaro un vehículo viable –arriesgado, sí, un poco inestable, sí, pero viable– para cumplir un mandato que supo tejerse con el correr de los años: sacar al Partido de los Trabajadores del poder. Fue una cruzada tan potente que no supo ver –o no quiso ver– quién era realmente Bolsonaro.

Vaya si ha salido caro.

MOMENTO SÍNTOMA: BRUSELAS Y EL LOBBY DE BEIJING

Volvió una de mis secciones favoritas. Vayamos a la noticia.

Qué pasó: El martes, el sitio Politico, anticipó que ese día Bruselas emitiría un informe alertando sobre el peligro de las campañas de desinformación rusas y chinas. El reporte, sin embargo, recién se publicó el viernes, y el contenido había sido modificado para bajarle el tono a la acusación contra Beijing. La versión a la que había tenido acceso el medio era mucho más frontal. El New York Times reportó que diplomáticos chinos se enteraron del reporte y maniobraron sobre los diplomáticos de Bruselas para demorar la publicación y bajarle el tono. 

“Si el informe es como se describe y se publica hoy, será muy malo para la cooperación”, presionó un diplomático chino según una de las fuentes europeos. Fueron tres planteos por separado por parte de China según la versión que circuló en diferentes medios. 

«China ha llevado a cabo una campaña global de desinformación para desviar la culpa del estallido de la pandemia y mejorar su imagen internacional», resumía el informe original. El del viernes atribuía el peligro de la desinformación a «fuentes respaldadas por varios gobiernos, incluida Rusia y, en menor medida, China».

Entrelíneas: La puja exitosa de Beijing para cambiar el tono de la diplomacia europea, así como la voluntad de Europa de no irritar a China, demuestran el alcance que ha logrado la diplomacia china en la Unión Europea. Aún en un momento donde el país es apuntado por su accionar en una pandemia que ha paralizado al mundo. 

¿QUÉ ESTÁ PASANDO EN EL MERCOSUR?

La semana pasada Argentina decidió dejar de participar en las negociaciones comerciales con Corea del Sur, India, Singapur y Líbano, entre otros. La incertidumbre internacional y el estado de la economía argentina fueron las razones alegadas. 

Para entender el significado de la decisión y su contexto hablé con Emanuel Porcelli, profesor de Relaciones Internacionales de la UBA y especialista en integración regional. 

¿Qué pasó?

La Cancillería argentina decidió dejar de acompañar las negociaciones de la agenda de relacionamiento externo, que son las negociaciones del bloque con terceros. Después del acuerdo con la UE las negociaciones con otros países como Corea del Sur o India –que son realmente los importantes en tanto ponen en juego tus capacidades productivas– se aceleraron.

Eso tiene una explicación: el acuerdo con Bruselas generó un estándar que resulta replicable en otros acuerdos, genera como un efecto dominó. La Cancillería se retira de las negociaciones pero dice: continúen negociando sin nosotros, y si hay algo que modificar en el marco normativo del bloque lo haremos. 

Y eso para vos es un problema.

Sí. En Mercosur existe una normativa del año establecida en los 2000, en épocas del ALCA, que establece una lógica de 4+1: nadie negocia por fuera del bloque. Eso blinda la posibilidad de que otros países, como Brasil, realicen acuerdos comerciales con otros países, o negocien condiciones por su cuenta. Bajo esa normativa Argentina tiene capacidad de bloquear los acuerdos.

La pregunta es qué puede pasar si la decisión de retirarse de las negociaciones –que hasta ahora es política– se institucionaliza. El fin de esa normativa puede implicar abrir una caja de pandora. Mis dudas no son sobre la cuestión de fondo, es decir, sobre el impacto productivo que pueden tener los acuerdos en un momento global donde resulta inverosímil negociar acuerdos de ese calibre, sino sobre la habilitación a que los demás sigan negociando.

¿Bloquear los acuerdos ahora no puede tener un costo político alto?

El costo puede ser más elevado a futuro. Vos estás habilitando a que se siga negociando. Suponete que esa negociación avanza y hay un acuerdo. ¿Lo firmás? El costo, con el acuerdo consumado, puede ser peor. 

Vos dijiste que la cuestión de fondo en la puja del Mercosur es la del Arancel Externo Común (AEC). ¿Qué es?

Ese arancel es lo que hace al Mercosur una unión aduanera. Implica que las aduanas le cobran los mismos aranceles a los bienes que vienen de afuera. Eso es lo que fomenta el comercio intrarregional, al ser más barato importar bienes regionales. En 2019, principalmente desde Brasil, se generó un impulso para reducir el AEC en algunas líneas de productos, y en algunos casos llevarlos a cero. Eso implica un fin para las industrias nacionales, dado que por cada punto que vos bajás del arancel hacés más competitivo al producto que viene de afuera. 

¿La decisión de esta semana puede tener que ver con esto?

Argentina está presionando –al igual que otros sectores como las industriales de San Pablo– para que no se apliquen cambios en el arancel. La declaración de esta semana hasta ahora ha sido política. Las negociaciones externas tienen un alto componente político, pero no es el caso del arancel, donde pesan más las líneas técnicas. La cancillería pudo haber querido mandar un mensaje dando un golpe en la mesa de negociación externa. Pegar un golpe en la mesa suena sensato. El problema es si vos lo pegas y te levantás. Porque ahí te fuiste y ellos siguen.

¿A qué le tenemos que prestar atención?

Primero al futuro del acuerdo con la UE. Esta movida puede traer problemas si se llega al nivel de la ratificación. Después a la relación intrarregional, principalmente con Brasil.

Entrelíneas: A la hora de discutir el futuro del bloque comercial, los cambios en la estructura productiva de Brasil y Argentina pesan más que las desavenencias ideológicas entre los líderes. Un ejemplo: la reprimarización que ejerce la fuerte presencia de China en ambas economías, fomentando la exportación de commodities hacia afuera en detrimento de bienes industriales hacia dentro, merece tener más lugar en la discusión. 

QUE ESTOY LEYENDO

Me gustó esta entrevista larga de Ezra Klein a Bill Gates (en inglés pero con traductor va joya) sobre lo que sabemos y no sabemos de la pandemia. 

PICADITO

  1. Expectativa por un ensayo de Oxford que podría dar una vacuna en septiembre.
  2. El Salvador: pandillas rivales son mezcladas en las cárceles y desatan un escándalo nacional.
  3. Nueva Zelanda declara su victoria al coronavirus. 
  4. China convoca para el 22 de mayo su gran sesión política anual y da por derrotado al virus.
  5. India acusa a China de enviarles tests defectuosos; la tensión entre Beijing y Delhi aumenta. 

LO IMPORTANTE

No, no sé nada que no sepas sobre el paradero o estado de salud de Kim Jong-Un. Flor Grieco, nuestra invitada de la semana pasada, publicó ayer un hilo “anti humo” con todas las novedades. 

Nos había quedado pendiente este meme de la semana pasada sobre el nuevo presidente interino de la nación.

Esta semana, leyendo sobre Brasil, descubrí su dinámica industria de memes. Son realmente muy prolíferos. Te dejo mi favorito, con un mensaje para lo que viene.

Eso fue todo por hoy. Gracias por haber llegado hasta acá.

Nos leemos el jueves.

Un abrazo, 

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.