A 20 años de la odisea argentina

Dos décadas después de las jornadas del 19 y 20 de diciembre, de la Plaza, de la represión y de los muertos, la salida de Fernando de la Rúa puede ser leída de maneras muy diversas. Una victoria de la movilización popular. Un fracaso rotundo […]

Dos décadas después de las jornadas del 19 y 20 de diciembre, de la Plaza, de la represión y de los muertos, la salida de Fernando de la Rúa puede ser leída de maneras muy diversas. Una victoria de la movilización popular. Un fracaso rotundo del sistema de representación. La extensión de un programa como la convertibilidad (mucho) más allá de su marco de posibilidad. Una muestra de la resiliencia del sistema político, que gestionó desde el Congreso y con el interinato de Duhalde una situación que, muchos se ilusionaron, traería una revolución. 

Para quienes rondamos los treinta, y las y los más jóvenes, fue el punto de partida para la configuración del único sistema político que conocimos en la vida adulta. Los grandes protagonistas de las últimas dos décadas. De Néstor y Cristina Kirchner a Mauricio Macri y Elisa Carrió, quienes son los protagonistas nacionales, lo son en gran medida porque fueron intérpretes de aquella crisis. Coaliciones más ideológicas en sus planteos, políticos consagrados por el contacto directo con sus bases de apoyo -a través de la palabra en los medios o las redes sociales que por el cursus honorum de la política partidaria que consagró a Alfonsín o a Menem-, la lucha por los relatos y el cuestionamiento al periodismo y los medios de comunicación -el actor más prestigioso de la etapa anterior- son todas señales de un tiempo político muy duradero e incomprensible sin aquellas jornadas.

El aniversario nos encuentra en una nueva crisis política, social y económica. Los paralelismos son inevitables y es incluso inútil pensar aquella crisis sin que sea también un ejercicio para pensar la actual. Las diferencias son lo primero que luce. Donde había asambleas, culto a la espontaneidad y un Estado ausente o en frente, hoy encontramos organizaciones funcionando, partidos que, ciertamente con problemas, representan a su base y un Estado que, a veces mal y quizá tarde, atiende urgencias alimentarias, reclamos sociales y demandas diversas. En contraste con los años de tensión y movilizaciones con represión y fallecidos, la relativa calma de hoy está contenida en organización social. Sindicatos, comisiones internas, organizaciones barriales encolumnan, contienen y vehiculizan tensiones y reclamos. Ya nadie impugna al sistema político con una feta de salame. El voto por Javier Milei o Nicolás del Caño contiene, además de una impugnación, una referencia. Donde había una percibida unidad del «pueblo» contra «los políticos», hoy está la mentada grieta, con sus políticos y sus pueblos.

Por detrás de las distancias, una crisis persistente que se agrava por capítulos hace ya demasiado tiempo. Un estancamiento de una década que devino en recesión en 2018. Un deterioro sostenido en el nivel de vida y, aun más importante, en las expectativas de la población que, cada vez más, descree de la capacidad de la política y de los consensos de la época para solucionar sus problemas y hasta cuestiones apremiantes que creíamos que, ya aprendidas de sobra, no volveríamos a padecer -como el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional- contienen un aire familiar que funciona como advertencia sobre la durabilidad y sostenibilidad de la relativa calma con la que el país enfrenta sus grandes encrucijadas.

Tal vez la lección más importante de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 se encuentre en la creatividad con la que fueron enfrentadas situaciones inéditas. La capacidad de nuestro pueblo para innovar en las formas de organización, en la gestión de la economía, la asistencia estatal a las grandes urgencias, la formación de redes ciudadanas, la protesta y hasta la canalización de la caída de un presidente sin vice por medios democráticos y preservando las instituciones fue tal que, de una situación que parecía terminal, dio origen al período de crecimiento económico consecutivo más prolongado de nuestra historia y un sistema político que alcanzó las dos décadas. Hacia el futuro, recuperar aquella creatividad será indispensable para, todos juntos, salir del pantano y seguir preservando una democracia cuya crisis hoy alcanza a todo occidente.

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Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.